Alcanzar la excelencia

Como en todos los oficios y sectores, los hay buenos, regulares y malos, y los buenos suelen ser minoría

Estos días se entrecruzan varios temas, unos de actualidad y otros añejos: el trabajo infantil y la formación profesional, el paro y el déficit de trabajadores en muchos sectores. En medio del “apocalipsis” el paro ha bajado en mayo y el empleo ya alcanza cifras record: casi veintiún millones de afiliados a la Seguridad Social. A la vez, no se cubren puestos cualificados, ni tampoco simples pero que son penosos de los que la gente huye. En los casos de los más especializados y/o exigentes, parece que la falta de formación profesional es determinante. ¿Cómo compaginar estos datos? El caso de la FP es un problema por resolver, especialmente en España. Antiguamente, la inmensa mayoría de los tiernos infantes solo accedían a la enseñanza primaria. A los diez años, una minoría accedía al “bachillerato elemental”; a los catorce, si aprobaba la “reválida de cuarto”, pasaba al bachiller superior, y un ínfimo porcentaje iba a la Universidad. Estos tres pasos sólo los podían dar los que tenían padres con suficiente dinero o los muy estudiosos que conseguían una beca o compatilizaban estudio y trabajo.

Los demás, la inmensa mayoría, pasaban a ser aprendices en algún negocio o taller. La verdad es que, sin llegar a ser “esclavismo” como aun ocurre en medio mundo (o más), era duro para los zagales. Pero muchos llegaban a ser buenos profesionales, maestros, e incluso empresarios. En la hostelería esta situación era general, y en cierto modo lo sigue siendo: aunque no trabajan a los catorce, muchos camareros son estudiantes, parados, desertores del arado…, sin cualificar. También es cierto que la escasez de camareros es notoria, y más en España, donde el sector hostelero es enorme. Con estos mimbres, la calidad media es baja. Como en todos los oficios y sectores, los hay buenos, regulares y malos, y los buenos suelen ser minoría. El caso del recién fallecido Pedro Segura es paradigmático: empezó a trabajar siendo un niño, en la famosa cafetería “Los Espumosos”. Llegó a ser un gran profesional; regentó varios negocios conocidos y terminó fundando uno de los mejores locales de la hostelería almeriense: la Taberna Sacromonte. Un templo del producto irreprochable, la atención al cliente, el ambiente grato y la profesionalidad. Por suerte ha dejado la sucesión en buenas manos, las de su sobrino Pedro y su hija Carmen.

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