Anastilosis

Tras una crisis tenemos demasiada prisa en que las cosas recuperen el equilibrio original

Hace unos días alguien muy querido por mí me regaló un concepto precioso. Porque las ideas e incluso las palabras pueden resultar el presente perfecto si quien lo ofrenda y el obsequiado se sitúan en ese momento de sintónica armonía.

La anastilosis como término hace referencia a una técnica de reconstrucción de monumentos y piezas arqueológicas posterior a un estudio sistemático de los materiales y su arquitectura intrínseca. Se trata de un trabajo minucioso donde debe cuidarse, con paciencia y cariño, cada detalle original a fin de insuflar a la pieza la misma “alma” con la que la creó el artista.

¿Y por qué me resulta tan interesante ese concepto? Pues porque si nos abstraemos del término arquitectónico y lo aplicamos a nuestra interminable tarea de reconstrucción personal podemos incorporar algunos matices sugerentes.

En consulta observo, a menudo, que tras una crisis vital todos solemos tener cierta prisa en que las cosas recuperen el equilibrio que se les presupone. Al paciente, principal protagonista, le suele urgir encontrarse bien, claro. Su entorno familiar, depositario natural de angustias e incertidumbres, también alimenta la ilusión de una pronta recuperación. Y los terapeutas, ocasionalmente, podemos contagiarnos de esta inercia y permitimos, con cierta incuria, que el ritmo crezca más allá de lo aconsejable. Pensemos en una escultura derruida. Imaginemos ahora que se restaura con celeridad. Es fácil presuponer un resultado frío, aceptable estéticamente pero incapaz de evocar las emociones que buscaba el artista en su concepción. Una especie de resurrección sin alma, como decíamos antes. La anastilosis se opone a esta tendencia y propone que la reparación de la obra sea arte en sí misma. Esto, proyectado a los horizontes de la psique humana, abre un método donde la recuperación no solo sea merced a la terapia sino que resulte terapéutica en sí misma. A la sazón estamos hablando de algo parecido siempre. Empleamos hoy esta metáfora arquitectónica para hacer nuestros los versos de Machado. “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Detenernos en el origen de la crisis, mirar hacia dentro con amor, sin culpa y decidir con libertad hacia donde queremos orientar nuestros pasos es, por sí solo, sanador. No debemos apresurarnos en cerrar esta fase. Alcanzar la estabilidad es el fin pero lo verdaderamente importante es la etapa que le precede.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios