Después de obtener información sobre los actos vandálicos sufridos en un local cultural me quedé un poco sorprendido, debo reconocerlo. Pero tras las imágenes ofrecidas en las redes no pude más que sentirme ofendido como ciudadano. Es una falta de respeto no solo a la cultura sino a la democracia. Por un lado supone un atentado contra la libertad de credo, contra el pensamiento autónomo, y la libertad de conciencia. Censurar la libre difusión de ideas es poner obstáculos a una cultura para todos y de libre acceso.

Pero por otro lado estos actos tienen un tinte político que me preocupa. En una democracia deben crecer las personas moderadas, templadas, dialogantes, las que consideran que la verdad absoluta no existe y que por eso es justo otorgar el beneficio de la duda a los que defienden otras ideas. No puede darse en este sistema político ningún tipo de radicalismo, del bando que sea, que censure o que asalte a lo ajeno. Con esto me refiero a todos los integrismos o extremismos, del color político, sindical, o ideológico que sean. Para el fundamentalismo no existe el concepto de lo público, y mucho menos el del bien común. Vivir en una democracia no supone en ningún caso imponer ni convencer a nadie de nada. Tan solo implica convivir sabiamente con quienes tienen otro credo, porque siempre va a haber personas que piensen otras cosas. Nadie se equivoca por pensar lo contrario.

Esto es necesario dejarlo claro. No podemos catalogar de error las ideas que no sean nuestras porque eso nos haría personas muy pobres de conciencia. No olvidemos las guerras mundiales, los conflictos religiosos donde se hizo patente la indulgencia de opinión. Fueron Locke y Bayle los que dijeron que la tolerancia era un valor esencial para el progreso social. Además, en la Atenas de Pericles se expandieron estas virtudes: la tolerancia, el respeto, la reciprocidad. Y precisamente por todo eso, en una democracia, debemos apoyar el parlamentarismo en lugar de los radicalismos del bando que sean cuyo único argumento sea el asalto y el sabotaje.

No obstante hay una lectura positiva de todo eso: la ironía ha saboteado a los saboteadores, pues el vandalismo ha hecho más respetable el local saboteado. Muy en el fondo han confirmado la identidad de su creación como fuente de pensamiento crítico local y como centro de firmeza ante la barbarie de la anticultura y la intolerancia.

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