La Corona de la Reina

Aviones

La responsabilidad del futuro de alguien está en ti, en tu pericia. Los códigos son los mismos, la diferencia está en la actitud

Apenas 45 minutos separaban Valencia de Ibiza. No hay nada peor que esperar. Esperar algo de alguien, de algo, esperar simplemente. Sombría, oscura y vulgar. Las farolas apagadas. Cuatro establecimientos abiertos, a cual menos apetecible. La isla del no verano, la de los oriundos de allí, la que no venden en anuncios publicitarios, la escondida. Callada, huérfana de alcohol y drogas, silenciada de la música electrónica incesante de sol a sol cuando llega el buen tiempo, permanecía quieta, tanto o más que el Mediterráneo que la rodea. Desde el cielo se visualizaba distinta. Todo desde el espacio y la distancia, se observa diferente. Una brisa amarillenta proveniente de las pitusas se adhería a los coches, se pegó también en mi pelo, en mi vestido incluso. En ese habitáculo que vuela todo es angosto. Alrededor nadie se hablaba, nadie se miraba. Como canon de conduta todos repetían la misma acción. Con las yemas de los dedos lo sostenían mientras sus pulgares tecleaban a cuál más rápido. Vicio. La azafata se esforzaba en captar la atención explicando el protocolo de urgencia. Allí nadie le hacía caso. No la miraban. De darse la presurización de la cabina los padres pondrían primero la mascarilla a sus hijos y luego a ellos mismos. El vértigo natural. Lo accesorio en ese minúsculo pasillo se hacía importante: presionar los botones del terminal antes de ponerlo en modo avión era urgente. Menos de una hora sin señal puede ser una eternidad. La dimensión del tiempo es variable dependiendo del para qué o con quién. El mismo semáforo en rojo que por milésimas te obligue a frenar te puede hacer escupir por la boca sapos y culebras si llegas tarde a una reunión, pero idéntico color y señal se convierte en tu mejor aliado para elevar el volumen de la radio si en ese precio instante suena tu canción favorita y cantas tan alto con el cristal a medio bajar que el del coche del carril paralelo te mira sonriendo, ladeando la cabeza con un cierto regusto a envidia. El aparato aéreo ya estaba en pleno despegue. Los aparatos electrónicos de mayor tamaño cerrados y colocados debajo del asiento, los adictivos se resistían a ponerse en off. Estaba sin dormir, normalmente antes de un pleito de esa envergadura es imposible conciliar el sueño. La responsabilidad del futuro de alguien está en ti, en tu pericia, en tu destreza. Los códigos son los mismos, la diferencia está en la actitud. No podía permitirme salir de allí con una sentencia que no fuera una estimación total. Él se merecía ese fallo judicial, no cabía en la ecuación el naufragio a pesar de la íntima conexión que se genere entre el éxito y el fracaso. Salió condenada en costas.

Con R de Reina

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