Tampoco en esto

Los políticos prometen todo lo que da votos -se cumpla o no- y nada de lo que la necesidad requiere

Hay una broma que puede ocurrírsenos a varios a la vez y, de hecho, a mí se me ha ocurrido varias veces, y ni siquiera la primera tenía razón ni gracia. La broma es que ojalá hubiera elecciones cada seis meses para ver a todos los políticos con la camisa que nos les llega al cuello inaugurando obras públicas y prometiendo el oro y el moro.

Verles la bulla, como a nosotros cuando toca pagar a Hacienda, es reconfortante. Pero nada más. No nos dejemos engañar ni por su afán inaugurador ni tampoco por nuestro cinismo. Tantas cintitas cortadas y tantos discursitos tienen su doble contabilidad.

No sólo sirven para tapar las zanjas que han estado abiertas o las grietas o los desperfectos de toda una legislatura, sino que cubren también el recuerdo de una pasmosa parsimonia previa. Implican unos gastos hechos a la carrera, cual pollos sin cabeza y sin plan rector.

Adolecen de visión a largo plazo. Es un peligro clásico de las democracias, que no son impolutas. "El menos malo de los sistemas", como dijo audazmente Churchill, demócrata de toda la vida a cara de perro. Su problema es que cada cuatro años se vota, y el político necesita proyectos que llevarse a las urnas. Como han perdido mucho tiempo en las luchas internas y saliendo en Instagram, los cuatro años se acortan a los últimos cuatro meses.

La realidad, sin embargo, no se vota (contra lo que quisieran tantos) y a ella lo de los cuatro años le trae al pairo. Hay muchas necesidades que requieren afanes a muy largo plazo y saber y querer pensar en las generaciones venideras. El aumento de la deuda pública, por cierto, es un indicador preocupante de que aquí nadie mira más allá de la vuelta de la esquina de las elecciones. Que siempre están muy próximas porque, con la descentralización, en cuatro años tienen que cabernos las nacionales, las europeas, las autonómicas y las municipales.

Las mismas promesas también están limitadas en su efectividad. Se promete lo que da votos -se cumpla o no- y no lo que la necesidad requiere. Si se prometiese esto, aunque tampoco se cumpliese, se estaría poniendo el foco al menos en los problemas verdaderos. Algo sería algo.

No nos alegremos tan rápidamente de verlos agitarse. Nos es esto, no es esto, tampoco es esto. Si alguna vez lo celebré, pido disculpas y trataremos de ser más exigentes. Urge pedir que actúen con cabeza, que prometan con tino. Mejor no hacer nada que hacer tanto el tonto.

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