Colgados de un puente

En Madrid está apareciendo una agresividad virulenta en la campaña electoral nunca vista

En 2017, mientras se juzgaba a los miembros de la Manada en Pamplona, aparecieron cinco muñecos ahorcados colgando de un puente, bajo una pancarta que reproducía los rostros de los integrantes de La Manada y una leyenda que pedía justicia en euskera. Varios meses más tarde, unos muñecos muy parecidos aparecieron en un puente de Valencia. Esta vez, la pancarta decía: “El miedo va a cambiar de bando”. En su momento, me llamó la atención que las televisiones pasaran como de puntillas por estos “montajes”, ya que estas “performances” imitaban una moda macabra inventada por los narcos mexicanos. La única diferencia era que los narcos colgaban cadáveres reales –a menudo torturados y desfigurados–, mientras que la gente que protestaba contra la Manada colgaba muñecos envueltos en plástico.

Al poco tiempo, la práctica se extendió a Cataluña. En 2019, mientras se juzgaba a un rapero por enaltecimiento del terrorismo, aparecieron siete muñecos ahorcados en un puente de Lérida con amenazas a Ciudadanos, PP, PSC, Podemos y Vox. Y varios meses después aparecieron más muñecos colgantes en una autopista de Lérida, esta vez con proclamas independentistas. En un principio parecía que estas protestas iban a limitarse a la política, pero no ha sido así. Este año apareció en un puente de Madrid un muñeco ahorcado de Vinícius. Y hace pocos días, otro muñeco apareció colgando en un puente de la SE-30 con la leyenda “Sevilla odia a Nervión”. Y como todos sabemos, el campo de Mestalla se llenó hace muy poco de insultos racistas contra Vinícius.

Por suerte, la campaña electoral está trascurriendo de forma muy apacible en Andalucía, cosa de la que deberíamos estar orgullosos. Pero en Madrid está apareciendo una agresividad virulenta en los actos públicos y en las redes sociales que está alcanzando proporciones nunca vistas. Desde la extrema izquierda –pero también desde el otro lado– se intenta intimidar al adversario con señalamientos y amenazas que recuerdan la furia seudo-criminal de los muñecos ahorcados. Y todo esto ocurre en un país en el que los narcos reales se están infiltrando de forma creciente en barrios y comarcas –en Andalucía primero fue la Costa del Sol, luego Cádiz y ahora Huelva–, siempre con más armas y más dinero y más gente dispuesta a trabajar para ellos. Lo que faltaba.

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