Cruel o justiciero

Pedro I es recordado por dos títulos de sobra ambivalentes, antagónicos y contradictorios: Cruel y Justiciero

La ambivalencia afecta no solo a lo que presenta dos interpretaciones o valores generalmente opuestos, sino a un estado del ánimo, que puede ser episódico o continuo, en el que coexisten, o se suceden alternativamente, dos emociones o sentimientos contrarios. La posverdad, que también viene a cuento, parece de este tiempo posmoderno e incierto, cuando ya estaba presente en los romances medievales como forma de propaganda manipuladora. Y la hipocresía es tan antigua como el acervo de los defectos humanos -en ambivalencia, así, con las virtudes-.

Abandonado junto a su madre, porque el padre se entregó, larga e intensamente, a los encantos de una poderosa concubina, con la que tuvo diez influyentes bastardos, Pedro I es recordado con dos títulos de sobra ambivalentes y antagónicos: Cruel y Justiciero. Con menos de dieciséis años, recibe los restos mortales de su padre, el rey Alfonso XI, muerto de peste negra, en el cerco de Gibraltar, frente a los musulmanes. La poderosa concubina y los notorios bastados, junto a nobles de lealtad mudadiza, se apartan ante el conocido desenlace que sucede al rey muerto. Uno de los medio hermanos de Pedro I, después Enrique II, encabeza repetidos levantamientos, en los que participan coaliciones nobiliarias y hasta la propia madre del rey, María de Portugal, por una razón señaladamente hipócrita: el abandono de Pedro I a una reina de compromiso, Blanca de Borbón, poco después de celebrado y no consumado el matrimonio, para volver a la cercanía de María de Padilla, concubina asimismo durante años, madre de cuatro hijos del rey y reconocida por este como reina después de muerta. Cuando Enrique, el bastardo alzado, fue hijo de Alfonso XI con la concubina Leonor de Guzmán. El reinado de Pedro I transcurre, por ello, sin quietud ni sosiego y una biografía de reciente aparición, Pedro I. Un rey castigado por la historia. Cruel para unos, Justiciero para otros (Editorial Almuzara), pormenoriza y documenta el carácter y las vicisitudes del monarca que fue víctima de un regicidio sanguinario para justificar el cambio de una dinastía. Aunque, no muchos años después, la sangre derramada se unió con un matrimonio real, entre nietos de ambos reyes, para instaurar el Principado de Asturias que llega hasta nuestros días. Pero eso es otra historia.

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