Cube

Cuatro columnas de 6 plantas de altura, y un cielo reticulado, por el que los rayos de luz se cuelan

El cielo está encapotado. Una bóveda de nubes algodonosas en una paleta de grises y azules cubre hasta donde me alcanza la vista ocultando las cumbres de Sierra Alhamilla hacia el norte, y delineando el azul plomizo del mediterráneo horizonte al sur, rasgado y atravesado por un racimo de espadas luminosas.

No es muy común este tipo de luz en Almería, más acostumbrada al derrame solar que potencia los blancos encalados y el escaso pero agradecido verde de la vegetación desértica que la sobrevive aprovechando hasta la última gota de humedad.

Y es que mirando a este techo que parece que en cualquier momento se me va a desplomar encima, me da por pensar en lo desprotegido que uno está ante la tenue bóveda de gas vital que en las despejadas y estrelladas noches nos muestra su impresencia.

¿Es posible extrapolar estas sensaciones a la escala de lo cotidiano? Yo creo que sí. Cuando uno se interna en espacios acotados, sea en el interior de edificios, un tupido bosque o una cueva, se materializan los límites, aun cuando no se alcance a tocarlos. Es algo sensorial que trasciende la mera función motora para orientarnos y desplazarnos buscando una ruta sin obstáculos. Podemos sentir una sensación confortable de equilibrio y armonía, una sensación protectora, o una presión que nos invita a salir del lugar.

La escala del espacio que nos envuelve en los lugares cerrados es en el fondo una versión reducida del espacio ilimitado hacia arriba en el que nos movemos en el exterior. Un trampantojo azul, con vaporosas capas a modo de telones que nos esconde un infinito aterrador y que como en las pesadillas se nos muestra de noche con una belleza que compensa con creces el vértigo que da pensar en ello.

Recuerdo la primera vez que visité el edificio de la Caja de Ahorros de Granada de Alberto Campo Baeza. Estaba recién inaugurado, y pude acceder deambulando sin apenas un control de acceso. Es difícil expresar la sensación que experimenté. Abrumadoramente fuera de escala, un atrio monumental con cuatro columnas de 6 plantas de altura, y un cielo reticulado, por el que los rayos de luz se materializan en una atmosfera casi pétrea. Espacio confinado por 6 planos perfectos en el que la gravedad se encarga de poner cordura.

En cierta manera, esa sensación se parece a la que siento hoy, cubierto por ese techo materializado a baja cota. La presencia de ese límite tan cercano me hace consciente de la inmensidad que hay tras él.

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