La cuarta pared

“Desert point”

La mayoría de las edificaciones gozan de muros, techos, puertas y ventanas, pero no todos las usamos igual

A pesar de que el lenguaje de la arquitectura es muy parecido en todo el mundo, las maneras de habitar pueden llegar a ser diametralmente contrarias. El clima, la cultura y el entorno son solo algunos de los puntos que condicionan la forma que tienen los seres humanos de vivir y relacionarse con los demás. La mayoría de las edificaciones gozan de muros, techos, puertas y ventanas, pero no todos nosotros las usamos de la misma manera.

En Marruecos, la importancia de las paredes es crucial, gruesos muros con pequeñas aperturas aíslan del calor y del viento a toda la comunidad mientras que, por el contrario, en Indonesia, la importancia reside en la ausencia de estos paramentos verticales. Las familias pasan la mayoría del día al aire libre, protegidos del sol por apenas una cubierta ligera soportada por cuatro pilares de madera y abierta en todas sus caras. Los espacios cerrados están reservados para solo un par de acciones: cocinar, dormir y defecar. Y a veces ni eso…

Las formas de habitar no solo afectan a las estructuras de la vivienda, sino a múltiples cuestiones culturales. Todos tenemos integradas ciertas costumbres que han sido transmitidas de generación en generación, como encender el brasero de la mesa camilla en invierno en algunas zonas de España, o tomar el té a media tarde en Inglaterra. Se trata de hábitos propios de un tiempo y un lugar, pero no cabe ninguna duda de que pueden llegar a asimilarse por cualquiera de nosotros a través de una buena integración y adaptación al entorno.

De una manera muy orgánica, cualquier occidental acostumbrado a las tardes de manta y pelis, puede llegar a cambiar su rutina sin apenas darse cuenta, hasta pasar horas y horas en el porche lateral de cualquier chambao exterior y quitándose los zapatos de manera instintiva para entrar en cualquier sitio.

Aunque a veces no nos demos ni cuenta, la arquitectura es una extensión de nuestro cuerpo. Es presa de una escala, una función y una armonía, y debe responder a las necesidades de quien la utiliza. Pero, en algunas ocasiones, somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a ella. Como cuando coges un coche desconocido por primera vez y tienes que hacerle algunos kilómetros para llegar a sentirlo tuyo. La casa se hace a ti, de la misma forma que tú te haces a ella. Solo el tiempo puede llegar a adaptar el espacio.

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