A Vuelapluma
Ignacio Flores
Por sus frutos los conoceréis
Cuarto de muestras
Hubo un tiempo en que ejercer una profesión liberal era algo grandioso, respetable, libre. Ser médico, ser arquitecto, ser abogado, entrañaba constituir una relación de confianza con el paciente, con el promotor, con el cliente sin las estúpidas interferencias del poder político, sin sus burocracias, mendacidades y mendicidades. Se llamaban profesiones liberales y se ejercían con libertad. Se podía presumir de ellas pues otorgaban dignidad y engrandecían a las personas que entregaban a tan singular tarea su vida.
Hoy el tiempo es otro. Andan las profesiones desprestigiadas y quejicosas. Pendientes de la mano del señorito público, de la Administración, que, a cambio de unas monedas, prostituye la encomiable labor que para la sociedad representan médicos, arquitectos y abogados. La sociedad, de manera recíproca, se ha vuelto exigente y desconfiada y, a poco que se le presenta la ocasión, demanda derechos ilimitados y gratuitos e incluso agreden sin el menor pudor a los más que servidores, sirvientes serviles a cambio de casi nada.
De vez en cuando, una queja institucional, una plantada ridícula a las puertas de un hospital o de un juzgado, nos recuerda que nadie está contento donde está ni con lo que está haciendo ni en cómo lo está llevando a cabo por imperativos de los que no saben, pero dirigen. El ruidito es tan pequeño que todos vuelven a sus ordenadores, a eso tan pequeño en lo que han convertido su profesión por la que un día quizás sintieron vocación y entrega y que con el tiempo se ha convertido en desilusión, en hartazgo.
A los juzgados nos han venido ahora a colar de rondón unas vacaciones forzosas de navidades. Qué gran logro. Qué hazaña. Será que la justicia va demasiado rápida. Será que nos merecemos vacaciones como el niño desastre a ver si de este modo se motiva. Será que hay que contribuir a ese desprestigio total al que quieren llevar a la justicia. Será que estamos en campaña de denigración. La justicia no es un colegio.
No, no quiero vacaciones. Quiero respeto y medios, quiero poder ayudar de verdad a los clientes y no enredarlos en un pleito interminable; una remuneración proporcional y equitativa a mi trabajo; celeridad dentro de las garantías que no pueden saltarse porque, a veces, el tiempo pone las cosas en su sitio. Contribuir, no restar. Yo daría vacaciones a los que nos las dan forzosas.
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