Ha sido (y es) un enamorado de la tauromaquia: eterna en la historia, como el mar de Ulises. El mundo del toro no tiene secretos para él; ya que los ha ido desvelando, uno por uno, como si fuese Paco Rabal, o el mismo José Álvarez, Juncal. O bien, un cronista de lo que acontece un día de toros, desde los primeros rayos de sol, hasta que el ruedo queda desierto y los ¡olés! se recuerdan como pasodobles de Pepe Nieto. Marín ha sido empresario, apoderado y hombre de confianza de grandes casas. Eduardo es un hombre honrado y luchador. Un personaje de Delibes, antes que de Cela; de Galdós, antes que de Clarín. De Blasco Ibáñez. De la leyenda, que, cada día, se hace taurina y literaria, filosófica y existencial. Eduardo sabe llevar los problemas a las páginas del diálogo cervantino, para resolverlos y encontrar las soluciones: en el complejo mundo del toro y en el teatro, en el que consiste la vida.

Lo que sabe el señor Marín de toros no cabe en un libro y menos, en un artículo. Pero el lector se dará cuenta de que es, por sí mismo, una antología del toreo; viva e ilustrada.

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