En pleno siglo XXI, puede ocurrir que usted o yo vayamos al médico especialista y nos diga que tenemos una enfermedad degenerativa, que no tiene cura. ¿Quién puede quedarse indiferente a causa de ese diagnóstico? Yo creo que nadie. Lo cierto es que la preocupación cunde al no hallar una respuesta positiva por parte de la ciencia. Todos amamos la existencia; nadie quiere morir. Pero todo el mundo trata de tener una mínima calidad de vida. Las enfermedades degenerativas producen un sufrimiento indescriptible. El dolor se puede mitigar, el sufrimiento es más complicado. Para el dolor, hay medicinas, para el sufrimiento, no. El dolor se puede definir, el sufrimiento es un concepto que solo la persona afectada puede explicar. Familiares y amigos pueden, en el mejor de los casos, comprenderlo, ya que son personas que se ponen en el lugar de quien sufre. Cuando no hay respuesta al sufrimiento, surge la desesperanza y hemos de recurrir a la paciencia para poder soportar la situación. No valen, en este caso, figuras retóricas, sino la realidad y el contexto, tales y como son. La solidaridad con la persona que sufre constituye un valor humano, que se agradece con sincero sentimiento.

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