Hace unos días, me llamaste para preguntarme por la salud y yo te lo agradecí. No soy el vate egabrense, Juan Valera, para escribir cartas. Tampoco, Cadalso y, menos aún, Jorge Guillén. Treinta y dos años hace que nos conocimos. Nos presentó Paco García Marcos en un bar de la calle Trajano, donde las tapas son manjares: La Charca. Hablamos de lo humano con las divinas palabras de Valle-Inclán. La filología, la lingüística y vuestra estancia en Alemania, en la conversación. Recordamos, con emoción, al Maestro de la filología española, Julio Fernández-Sevilla Jiménez, y su dilecto artículo: "Un maestro preterido: Elio Antonio de Nebrija", punto de partida de la historia de la lingüística española. La conversación no se olvidó del ÁLEA, ni del español hablado en la costa granadina y en Castillo de Locubín. Tampoco, de los maestros Alvar, Llorente, Gregorio Salvador, Lope Blanch y José Andrés de Molina. La sociolingüística de Humberto López Morales fue otro tema de aquel intercambio de opiniones. Cuando ya se está acabando la tinta de la Olivetti Lettera 32 de Umbral, viniéronse los caracteres sin espacio al enunciado de Tagore: "La verdadera amistad es como la fosforescencia: resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido".

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