Por problemas de salud, no pude ir al mirífico acto académico (¡justifico los dos adjetivos: el antepuesto y el pospuesto!), en el que la Sociedad de Estudios Latinos premió tu brillante (laureada) labor docente e investigadora en el campo de la Filología Latina. Honraste la memoria de don Antonio Fontán, don Sebastián Mariner, don Eugenio Hernández Vista, don Francisco Rodríguez Adrados y don Jesús Lens Tuero (aunque Adrados y Lens, maestro y discípulo, fueran catedráticos de Filología Griega), con la oratoria de Demóstenes y las figuras retóricas de Heinrich Lausberg, con la sintaxis de Bassols y la semántica de Ullmann. Tus palabras fueron sintagmas borgeanos que rememoraron los hexámetros de la Ilíada, la Odisea y la Eneida: Homero y Virgilio, en la métrica, que une las lenguas clásicas. Tu reconocimiento es la unanimidad del homenaje, la victoria, que conduce al podium. Las páginas de tu actividad docente e investigadora, como si hubiesen sido impresas en la histórica imprenta de Ibarra, al mismo tiempo que el Quijote, forman una antología del conocimiento. Filólogos y lingüistas caligrafían con la Sintaxis de Apolonio Díscolo los enunciados benotianos, que esculpen la historia de la filología clásica. Para entregártela a ti.

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