No creo yo que el largo tormento de la Escalerilla, o Escalinata (como parece decirse ahora), acabe con el reciente acuerdo del Ayuntamiento con Nautagest, una empresa ligada a una conocida familia algecireña. Los efectos colaterales de este dislate han sido tantos y de tanta importancia, que no bastará con esta especie de "tente mientras cobro", que ha sido el entendimiento entre los protagonistas del desaguisado que lleva arrastrando penas y perjuicios desde que empezó el milenio. Como en la escena bíblica, todos se escurrirían por el foro si se diera la instrucción de que el que esté libre de pecado tire la primera piedra. La inteligencia se dio a la fuga, cuando los regidores algecireños de los últimos años del pasado siglo se dejaron querer por quienes nos tomaron el pelo, transmitiendo la idea de que el desnivel que hay entre la Plaza Alta y el expaseo marítimo, obedecía a la creencia de que éste estaba en el subsuelo de la ciudad.

Corrían tiempos de cambio cuando la coalición de gobierno entre el Partido Andalucista y el Partido Popular propició la demolición de la Escalerilla. Aquel monumento urbano formaba parte de la escena de una Algeciras con orillas, cuyos mayores estaban pensando ya en dejarla sin ellas. El paseo marítimo fue un sueño que duró poco y para su contemplación nació la Escalerilla. Aquél y ésta formaban una parejita urbana. Los brazos envolventes de la Escalerilla se abrían hacia una carretera de circunvalación marítima que había hecho el milagro de limpiar de escombros y terraplenes la caída de la ciudad hacia el mar.

La Escalerilla albergó, recién construida y por no mucho tiempo, un pequeño monumento, la proa de un buque en piedra a nivel del paseo, conmemorativo del llamado convoy de la victoria: la formación naviera formada por unos pocos barcos, dos de ellos mercantes, el Ciudad de Ceuta y el Ciudad de Algeciras, con la que los sublevados de 1936 cruzaron el Estrecho, transportando gran cantidad de material bélico y alrededor de tres mil soldados, la mayoría legionarios y regulares, burlando la vigilancia de lo mucho que quedó de la Armada en el bando republicano. La Escalerilla se construyó al mismo tiempo que el estadio El Mirador al que se quiso dar el nombre del gran alcalde Ángel Silva, pero éste no lo permitió. Los siete millones de euros que nos va a costar la torpeza de algunos regidores, no son más que una aproximación al satisfacer de las muchas demandas.

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