Volvamos a la sintaxis del discurso escrito de Larra, para oír mejor el silencio de las palabras y la sinfonía de los sintagmas, que se proyectan en la existencia de aquella España, y de esta otra. Fígaro no define la envidia con una metáfora, sino como él considera, entre la sociología y la observación de la vida, a través de las gafas satíricas, con las que Quevedo escribió El buscón. Aunque el autor de la mejor prosa de la literatura y del periodismo español dijo que escribir en Madrid es llorar, pensemos, no obstante, en España, donde la literatura circula entre las subvenciones del poder, el saludo ficticio y la puñalada por la espalda. La palabra escrita necesita, entonces, como aseveró el Maestro del periodismo, retumbar hasta llegar a la superficie en la que se halla la respuesta. ¿Por qué Larra y su obra siguen siendo actuales? El mismo periodismo tiene la explicación en el rumor de los días. El pez grande se come al chico, como bien nos recuerda el proverbio: ayer y hoy. Los artículos de Larra y de Umbral se parecen, desde su diferencia, cada vez más. Quizá, porque siempre buscaron las palabras en el ruido de la calle y no, en las alfombras de palacio. Uno y otro escribieron como si los sintagmas fueran hexámetros recién salidos de la Eneida.

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