La esquina
José Aguilar
Ya no cuela el relato de Pedro
Para dar con fenómenos anómalos no identificados (FANI) no es necesario que concurran avistamientos excepcionales, sino que a veces están presentes al lado, aunque su anomalía resulte camuflada por una aparente normalidad, por una presencia cotidiana en nada asimilable a la inaudita e infrecuente aparición de un FANI. Hasta ahora, esta categoría de extraños fenómenos se refería a los objetos voladores no identificados, los ovnis, lexicalizada la sigla por el uso. Pero los FANI, todavía con sigla estrenada, abren esa irregular “fenomenología”, ya que no se trata solo de objetos, sino de fenómenos; y no se asocian solo porque sean aéreos, sino porque resulten manifiestamente anómalos. Ahora bien, una contemplación detenida de los acontecimientos, las compañías o las presencias con que compartimos las jornadas no haría difícil comprobar, como se comenzó diciendo, la cercanía de no pocos FANI disimulados.
La NASA y otras instituciones que, entre sus cometidos, custodian y reservan inexplicables anomalías, han decidido acometer, de manera expresa, el estudio y la valoración de muchos “misterios sin resolver”, que estimulan y despiertan no solo la curiosidad, sino las fabulaciones más variopintas, los temores pavorosamente imaginados o las amenazas que hacen dramáticamente real la ciencia ficción. No se dirá milenarismo, pero también podría considerarse, con una prórroga de más de dos milenios, el previsto fin del mundo, precedido de un juicio final, al concluir el año 1000 de la era cristiana.
Los fenómenos anómalos, entonces, alteran la existencia de los terrícolas no acostumbrados a más vecinos que a los de al otro lado del tabique. Donde, por cierto, también habitan otros fenómenos domésticos, que ni siquiera los más destacados investigadores de la NASA podrán descifrar, pues conciernen a la reservada y no menos misteriosa intimidad de cada cual, solo o en compañía de otros. Bien miradas las cosas, o al menos sin mucho canguelo fantasioso, los fenómenos anómalos animan, con su extraña e inexplicable presencia, el consabido y aburrido curso de la rutina. Por más que su aparente e insólita irregularidad no sea, las más de las veces, sino una confusión ante el ordinario estado de las cosas.
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