Opinión
La atención a la dependencia: hacia un futuro más humanizado
Paisaje urbano
La otra noche, en la radio, escuché a José Luis Garci dar sus explicaciones por la firma de un documento de apoyo al indulto solicitado en favor de José Antonio Griñán, junto a cuatro mil ciudadanos más. Basaba Garci su decisión estrictamente en una cuestión de amistad, fraguada fundamentalmente en Madrid entre comidas de amigos y asistencias conjuntas al campo del Atlético de Madrid, del que ambos son buenos aficionados. El día siguiente, en su columna semanal en El País, Fernando Savater se veía impelido a dar también sus explicaciones, sustentadas de una forma muy parecida, aunque esta vez su nexo de unión no era el fútbol sino las carreras de caballos, de las que incluso nos revelaba que Griñán fue en su día un iniciado cronista con pseudónimo.
Lo que me interesa destacar de ambos testimonios no es su contenido, ambos claros e inofensivos, por profundamente humanos, sino las causas que se diría casi los han obligado a hacerlos públicos, cada uno a su forma. Garci y Savater tienen en común su condición de intelectuales comprometidos que no rehúyen el conflicto, por muy complejo que este sea, abordando los asuntos con plena libertad de criterio, aunque ello conlleve, como así ha sucedido, olvidos e incomodidades. Los dos, además, tienen un claro origen de izquierdas, que ninguno niega, pero hace tiempo que dejaron de servir al selecto club que todavía reparte los carnets de progresía, por lo que al mismo tiempo que eran sutilmente repudiados por la izquierda caviar pasaron a ser muy bien acogidos por sus contrarios, hasta casi el punto de ser considerados ya, en determinados ámbitos, como "de los nuestros".
Pero esta sociedad mediática y polarizada es poco permeable a conceptos tan olvidados como la piedad o el perdón, no digamos el cariño o la cercanía, y cada mañana pide su ración de venganza. Así, le ha faltado el tiempo a tanto francotirador como hay escondido tras la maleza de las redes para lanzarse a la yugular de los dos firmantes (y alguno más), tachándolos poco menos que de falsos o traidores. Como no conozco de nada al señor Griñán y además tengo un concepto del indulto bastante más restrictivo que el presidente del Gobierno, yo particularmente no hubiera firmado el discutido documento, ni aunque me lo hubieran pedido. Pero, como Garci y los demás, no guardo ninguna duda que, en otro caso, mi firma allí estaría. Y no por razones de justicia, sino simplemente de amistad.
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