Por montera
Mariló Montero
Vox y Quasimodo
DURANTE muchos años empecé mis clases escribiendo en la pizarra la misma palabra: RESPETO. Las clases debían ser, esa era mi intención, un ámbito de deliberación, de discusión, de libertad de expresión; pero en todos los casos debía primar una relación: el respeto de todos con todos. La educación, además de suministrar conocimientos a los alumnos (por supuesto necesarios) debe fomentar la mejora de las relaciones humanas. Por eso no se admitían actitudes de menosprecio, ridiculización y, menos que nada, los insultos. En resumen, había que propiciar un ámbito de tolerancia en las clases que sirviera para fomentar actitudes semejantes en la vida exterior. Por mis conversaciones con bastantes compañeros, ese objetivo no era solo mío; era compartido por muchos, y quisiera suponer que por la mayoría. Ahora bien, cuando oigo o leo muchas de las apreciaciones y valoraciones que hacen nuestros conciudadanos me veo forzado a formular dos hipótesis: o bien ese ideal pedagógico no era tan compartido como yo creía, o nuestra labor, por diversas razones, no ha obtenido los frutos que buscábamos. Las conversaciones que se desarrollan en los más diversos ámbitos, o algunos de los escritos que encuentro sobre todo en las redes sociales, están plagadas de insultos, de descalificaciones, de desprecios que son incompatibles con el mínimo nivel de tolerancia. No digamos nada si tomamos como referencia el nivel de tolerancia de una sociedad civilizada. Estas descalificaciones van dirigidas a todo tipo de personas, pero sobre todo a personajes políticos. Está claro que las valías de los distintos representantes de los distintos partidos políticos son muy variadas; parece que tampoco es moneda común la honradez y el buen hacer de los mismos. Ahora bien, las reacciones ante la escasa calidad de currículos y de valores objetivos, no son tan objetivas como pudieran parecer. Los insultos y las descalificaciones suelen estar condicionadas por la simpatía o antipatía de los que expresan las opiniones. Y en muchos casos, el desprecio expresado va contenido exclusivamente en el insulto, sin ir acompañado de argumentaciones racionales. La crítica es conveniente; diría más: necesaria. Pero aún no parece que hayamos alcanzado los niveles adecuados de crítica con fundamento. Nos conformamos con el insulto. Eso parece explicar por qué se producen los resultados que conforman los distintos gobiernos.
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