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Más que las señales de tráfico, el código de circulación o las ordenanzas municipales, este aviso particular, fijado en la puerta de la casa, donde debe ser frecuente el aparcamiento, intimida o disuade de mejor manera. Aunque no debieran darse las circunstancias que lleven a esta “amenaza”, de regir las normas adoptadas o reguladas por la instancia competente. En estado de ininterrumpida vigilancia anuncian estar los moradores a quienes provocan molestias o dificultades los vehículos, y parecen haber dado con un argumento convincente: el pellizco de los doscientos euros de la multa. Puestos a recrear la placa del “prohibido aparcar”, esta iniciativa de los afectados por la batería o el cordón de los coches podría haber acudido a expresar algunos de los efectos, obstáculos o limitaciones que el aparcamiento provoca, de modo que ese argumento pudiera convencer a los conductores desalmados, pero han concluido con el más efectivo recurso del agujero de la sanción. Al cabo, este aviso revela que las conductas de los mortales, con las que se expresan las operaciones del entendimiento -el mucho o poco que haya- y los actos de la voluntad -más o menos gobernada por la razón-, no suelen producto del buen albedrío, sino del interés primario.
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