mANUEL lÓPEZ mUÑOZ

Lutatia Lupata, la Música y la Eternidad

Aunque algunas autoridades lo ignoren, un Museo son sus piezas, no sólo sus paredes, techos y recaudación

Subiendo, al final de una cuesta tremenda, encuentra el viajero delante en Mérida la zona del Teatro y, a su izquierda, el Museo Nacional de Arte Romano, un joyero auténtico, tanto por las piezas que alberga como por su edificio. Aunque algunas autoridades lo ignoren, un Museo son sus piezas, no sólo sus paredes, techos y recaudación. En el de Mérida, no se puede evitar: nada más entrar uno, la vista se dispara hacia lo más alto, como si Rafael Moneo, el arquitecto, nos hubiera querido indicar a modo de bienvenida que Roma fue capaz de lo mejor y de lo peor, de las creaciones más infames y de los testimonios más sublimes y que mantenerla viva en nuestras mentes es recordarnos que los seres humanos vivimos esa constante contradicción del bien y el mal que construyen nuestras almas como los escaques negros y blancos de un tablero de ajedrez.

En uno de los pasillos hay un relieve pequeñito. Representa a una chica muy joven que, con la mirada perdida en el infinito y un gesto de felicidad en su rostro, tañe un instrumento de cuerda. Podemos ver su diálogo con ella misma, pero no nos invita a participar en él. La inscripción que tiene debajo nos dice que se llamaba Lutatia Lupata y que cuando murió contaba dieciséis años. Poca gente se detiene ante ese trozo de vida: no es grande, no tiene nada de especial, sólo es otra estatua. Sin tiempo para pensar y sin conocimientos para llegar a ella a través del Latín, miran, acaso hacen alguna foto y siguen su camino de cazadores de recuerdos pero, para mí, el relieve de Lutatia Lupata es un mensaje sobre qué parte de nosotros sobrevive a nuestra existencia física. Lo bonito de enseñar Latín y de haberlo aprendido es comprender qué significa la inscripción de ese relieve y pensar qué significa la imagen. El Latín no se acaba en las conjugaciones y las declinaciones: empieza en ellas, en las puertas de una lengua que nos abre paso a la contemplación de un mundo lejano poblado de seres humanos muy cercanos. Podemos leer la traducción, pero eso nos impide llegar al alma de aquella personita a través de las palabras: la traducción ayuda al estudioso y aleja a la persona. Si van a viajar hasta allá, y crean que merece la pena, les agradecería que se acercaran a hablar con Lutatia y le dijeran de mi parte que, aunque muriera hace casi dos mil años y tan joven, su música y su felicidad siguen resonando en la Eternidad. En Latín.

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