Malos tiempos

La “mayoría social” de la que se jactan Moncloa y sus terminales no tiene un fin constructivo, sino defensivo

Quizá porque la tarde noche del 23-J me cogió en el sudoeste de Inglaterra, su inesperado resultado no me ha llevado, como a tantos, a los terrenos pedregosos de la decepción, del desengaño, mucho menos de la derrota. Si acaso, de la melancolía. El verano allí es como un otoño nuestro venido a menos, y un tímido sol asomado entre nubes invitaba sobre todo a la lectura de lo último de McEwan, o de Barnes (nuestro senador preferido diría de Chesterton), pero a las 7pm hora inglesa pareciere como si todos los fantasmas de la España negra se colaran por la ventana abatible del pequeño salón.

Dos horas más tarde, los bailecitos y cánticos de la calle Ferraz no eran sino la confirmación de la realidad de la política española contemporánea: en estas elecciones plebiscitarias, lo que de verdad ha triunfado es la reedición del Paco del Tinell de Zapatero, hoja de ruta del socialismo posfelipista y auténtico punto de inflexión para una concepción de la política como un instrumento de confrontación, jamás de consenso. La “mayoría social” de la que se jactan Moncloa y sus terminales no tiene un fin constructivo, sino defensivo. Ese “no pasarán” coreado, más allá de sus reminiscencias guerracivilistas, es sobre todo un estado de ánimo. Resulta más que dudoso que esos manidos “avances sociales” tengan mucho recorrido con la derecha pura y dura del PNV o Junts, pero todo vale para mantenerse en el poder al precio que sea, el que aquellos le impondrán a Sánchez y que éste, vuelvo a la melancolía, pagará sin rechistar.

Dentro de ese batiburrillo de reproches, mentiras e insultos que unos y otros van lanzando por las redes a gusto del consumidor, pocos se han preocupado de hacer un análisis en clave andaluza del escenario creado. Con Madrid convertido en otro hecho diferencial más dedicado a erigirse toda ella en un muro españolista más llamativo que eficaz, las nuevas alianzas que se atisban entre la coalición de gobierno menguante y un secesionismo cada día más voraz no pueden tener otra consecuencia que el destino de los pocos fondos que nos van quedando hacia el norte, dejando a los demás, y en particular a Andalucía, en una posición absolutamente subalterna, por mucho que se quiera vender lo contrario. Pero no hay que preocuparse, “Cataluña (Sánchez dixit) ha dejado de ser un problema para los españoles”. Y es que, con estos compañeros de viaje, ¿quién quiere realmente la independencia?

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