Merkaillo de sultanas

Te ponen churros en una rulotte humeante y te sientas en sillas blancas de plástico

Tras años de centros comerciales, ya sólo compro ropa en El Corte Inglés. Camisas de rayas azules con pedigrí. Mercadona lo más bajo y no de barrio. Cafés de la Habana y periódico de señor mayor. Por un momento rejuvenezco y me voy al mercadillo del auditorio de los sábados. En mi pueblo, Huércal-Overa, era el mercado y se hacía en una calle céntrica. Ahora con un horizonte de edificios residenciales perfectos, azules, ocres y blancos, con un parque de las familias cerrado con vallas de colores, el mercadillo sigue en medio del campo accediendo a través de bancales desde el asfalto y bajando otra vez a lo primario, donde no hay normas ni carritos, ni tikets ni cajeras. Bajo un calor asfixiante bien entrado noviembre, el sol derrite el pasado aunque lleves gorra y el futuro no existe. Encerrados en grandes hipermercados donde hay lo que ves y no hay más, donde los precios están tabulados y marcados con código de barras, salimos al sitio donde no hay grandes marcas o las hay, falsas. Te ponen churros en una rulotte humeante y te sientas en sillas blancas de plástico. Puedes mirar la fruta en varios puestos, cuál es mejor, cuál peor, cuál vale más y cuál menos. En la mayor parte del género no está puesto el precio y hay que preguntarlo. El mundo de las furgonetas que son probadores me parece extraño a pesar de que aquí he venido miles de veces pero hace tanto que no sabrías si todavía existe salvo porque te los encuentras durante la semana cortando las calles de forma intempestiva, a primeras horas de la mañana poniendo las endebles estructuras de metal y después viendo como los basureros limpian los restos de todo. En todos hay una rulotte de churros y chocolate. En todos venden fruta y ropa barata. Unas zapatillas de viejo, mis preferidas, de esas con cuadros, seis euros. Perfectas ahora que nunca va a venir el invierno. Invierno de manzanas pochas, redondas y grandes, amarillas, baratas, de las que no tienes que pesar porque las pesan y las cobran en el momento. Calor de otoño, calor de invierno, sol de justicia, gorra obligatoria. Lejos de paseos y sitios de más caché, solo uno poco más de caché porque ningún sitio tiene caché, todo está al lado de la mugre. Montañas de ropa, frutos secos a granel. En el sitio donde el ipc nunca estuvo, siempre es verano. Rumores de bares, llenos de mesas, fuera y dentro. Sábados de no levantarte temprano. Sábados extraños.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios