Morir como un perro

El 29 de junio murió Antonio, un sintecho. Su muerte solo la lloran esos locos voluntarios que se ocupan de ellos

Morir como un perro, un fin nada deseable. Morir como un perro era en definitiva morir en circunstancias desgraciadas, morir solo, sin auxilio de nadie. Porque parece que así mueren los perros, o al menos así morían antes de las peluquerías caninas y las camitas de pluma, las delicias de buey y los collares de cristal de Swarovski. (Cuando la trémula mano/tienda, próxima a expirar, /buscando una mano amiga, /¿quién la estrechará?) cuestionaba Bécquer en la rima LXI. Morir sin consuelo es triste, atroz es tomar conciencia de que una muerte verdaderamente penosa es aquella en la que el recuerdo de uno no ocupe un minúsculo espacio en la memoria de alguien, cruel es la falta de calor de una mano que entibie la mano gélida, el timbre amable de una voz en el último momento que rompa la gravedad del silencio. El olvido hace desvanecer al individuo que tuvo risa y anhelo y sin darnos cuenta, o quizás sí, tal vez a posta, termina siendo un olvido selectivo, la pieza clave de ese engranaje terrible que va haciendo de nosotros seres incapaces de identificarnos con el otro, de compartir unos sentimientos que, al fin, son nuestros mismos sentimientos, porque no hay más que un único llanto, una misma risa, un sólo odio... ¿En qué momento nos convertimos en meros caminantes faltos de empatía, capaces de esquivar sin mucho esfuerzo a hombres y mujeres que duermen en las aceras? Se evitan, sin la más mínima sutileza, a aquellos que ocupan bancos y parques y portales, trozos de carne cubierta con harapos sucios, malolientes, a los que hemos aprendido a conciencia a no ver, porque evidencian el fracaso de la moral católica y del falso "buenismo" laico. Van deambulando por las calles, buscando en estos días una sombra, como en invierno buscan un trocito de esquina caliente. La ciudad está llena de gente sin hogar, de enfermos desorientados sin medicación ni control sanitario. A las 4 de la tarde del miércoles 29 de junio murió Antonio, un sintecho. Camino del hospital un compañero le iba quitando los gusanos que le salían de la pierna. Su muerte sólo la lloran esos locos voluntarios que se ocupan de ellos, Cruz Roja, Calor y Café..., gente que permite la reconciliación con la gente. Tarareo los versos de Silvio Rodríguez: "Si no creyera en la balanza/ en la razón del equilibrio/ si no creyera en el delirio/ si no creyera en la esperanza...", mientras leo la noticia del gran parque y el gran lago que este consistorio va a construir.... Un nuevo hogar para todos, supongo.

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