La necesidad tiene cara de perro. Y poca poesía, aunque la cara de Santos Cerdán fuese un poema a la vera de Puigdemont en Bruselas. Debajo de una foto del referéndum del 1 de octubre, el número tres del PSOE se tragaba el sapo de la urna de plástico venerada en la pared. Era el pago por adelantado del PSOE a Junts para aparentar la legitimidad democrática del procés y abrir paso a la amnistía para la rebelión de 2017. En esa foto había cinco personas sentadas. Los tres socialistas, incómodos, hacían de la necesidad virtud y le bailaban el agua al jefe de la insurrección de hace seis años a cambio de sus siete votos en la investidura de Pedro Sánchez. A la fuerza ahorcan.

La semana ha tenido otros momentos de mucha necesidad y poca virtud. La jura de la Constitución por la heredera de la Corona supone acatamiento de la democracia parlamentaria, “el poder del pueblo” en palabras de la presidenta del Congreso. Su collar de la Orden de Carlos III lleva por lema toda una apuesta de futuro: “virtud y mérito”. Sergio del Molino ha retratado en El País la situación: una Princesa que renuncia a su adolescencia y se echa encima el peso institucional de la Constitución, mientras algunos ministros y diputados no acudieron, en un gesto de descortesía hacia la Cámara donde reside la soberanía nacional, en un comportamiento adolescente. La Monarquía española necesita ganar confianza popular, tras el poco virtuoso comportamiento del rey Juan Carlos. Y la extrema izquierda y los ultranacionalistas necesitan hacerse notar para atribuirse una jerarquía de la que carecen.

En ese contexto se plantea la amnistía a Puigdemont y sus cómplices. La necesidad de Sánchez tiene más maquiavelismo que integridad. Platón define cuatro cualidades de la virtud: prudencia, fortaleza, templanza y justicia, que considera la esencial. Pero Maquiavelo nada dice de la justicia. El buen príncipe, para él, procura el bien común a su pueblo mediante el beneficio propio y para afianzarse en el poder evita parecer vicioso y aparenta ser virtuoso.

En esa melé, para dejar en evidencia a su rival, Núñez Feijóo elogia la sinceridad de Puigdemont. Sinceridad supone veracidad. Es un despropósito que el jefe del PP crea que Puigdemont decía la verdad cuando calificaba a España de estado represor, hablaba de presos políticos y exiliados, o afirmaba que las sentencias del procés eran injustas e inhumanas. En fin, como ha escrito la catedrática Ana Carmona, la ausencia de voluntad del independentismo de aceptar el marco de la Constitución para sus reivindicaciones, la ajustada mayoría que apoyaría la amnistía en el Congreso y el desgarro a la justicia y al Estado de derecho causarían un importante deterioro del sistema democrático nacional. Pobre virtud.

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