Las palabras de John Bercow en la Cámara de los Comunes siempre serán paradigmáticas del imprescindible protocolo que ha de respetarse en cualquier sistema. Todos recordaremos, por siempre, al peculiar presidente del parlamento británico gritando "order, order!", de manera que explicitaba el desprecio que hacían sus colegas parlamentarios a las debidas normas de comportamiento. Y traigo a colación este recuerdo por una razón muy sencilla: es curioso el desprecio que hacemos a las normas; sobre todo, negando la mayor: ignoramos si las hay, ¡y nos las inventamos!

Ni que decir tiene que a veces las ignoran hasta los propios interesados: son muy corrientes los cursos y charlas de árbitros a jugadores de fútbol… profesionales. Pero no vengo aquí a arrearle en el lomo a quienes tal cuales gladiadores modernos están dispuestos a jugar de viernes a miércoles, si así lo exigiese el alto nivel competitivo del equipo que los contrata.

No, a lo que vengo es a hablar del orden en el que se han de escribir los apellidos, alfabéticamente, si así lo pide un listado que ha de responder al hecho de mostrar a todas las personas afectadas por un determinado hecho. Esto es lo que nos ocurre a quienes nos apellidamos acompañados de partículas que preceden al mismo: en mi caso, ¿he de estar clasificado en la A o en la D? Estoy seguro de que aunque no tengas ni repajolera idea al respecto, ya has podido conformar toda una teoría que echaría por tierra cualquier otra. Eso quiere decir que en ti conservas un excelente seleccionar nacional de fútbol masculino; y no digamos ya ese pedazo de presidente de gobierno que llevas dentro, y que pide intervenir ya: estamos tardando el resto de compatriotas en darte paso.

Pues del mismo modo tenemos para esto del orden alfabético de los apellidos: no solo está determinado que siempre se escriban las partículas en minúscula, salvo que acompañen al tratamiento a la persona, sino que estas partículas, a menos que estén integradas en el apellido, no intervienen en la ordenación: es decir, que si me buscas en un listado ordenado por apellido, entonces mi nombre lo deberás encontrar en la A, y no en la D.

Pero, como digo, eso es lo que dice la norma: si se lo digo a quien me busca en una lista, suele ocurrir que entre la mirada de sospecha que me lanza, y las razones discursivas con las que la acompaña, descubro que pocas veces queremos aprender. Lástima.

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