Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfort
Fiel a su cita periódica, el Informe PISA vuelve a ofrecer resultados nada alentadores para los sistemas educativos español; en plural, porque hay varios, tantos como coloraciones autonómicas a las leyes estatales. No es que sea un paradigma ideal para la medición del rendimiento escolar. Tabula únicamente los conocimientos en ciencias, matemáticas y lectura, con lo que aporta información algo más que parcial sobre la escolarización. Además, acude a procedimientos discretos, índices y promedios, que solo son capaces de hacerse cargo parcialmente de una realidad mucho más compleja. En todo caso, el informe es un indicador estandarizado que maneja la OCDE. Con sus limitaciones y prevenciones aporta un diagnóstico sobre la salud de los sistemas educativos. El que España vuelva a salir malparada no es algo baladí. Con ser de por sí un dato intranquilizador, probablemente lo peor haya sido su recepción en España, con sus explicaciones justificativas, inevitablemente peculiares. No ha faltado, como cabría esperar, ver en ese descalabro las secuelas educativas de la Pandemia, sin aclarar, naturalmente, por qué en unos lugares perduran (España) y en otros se han superado (el resto del mundo). Las Matemáticas, las peor paradas en la serie española, se resienten de la pérdida de proximidad física entre profesores y alumnos, aunque solo a este lado de los Pirineos, porque en Francia no se manifiesta problema alguno. Tampoco han faltado algunos descubrimientos curiosos. Tras ver las cifras, se ha llegado a la conclusión de que existen diferencias entre la escuela pública y la privada que son correlato de las distancias socioeconómicas que separan a su alumnado. Nunca habíamos reparado en ello, claro. También ha habido argumentos técnicos. Conviene evitar los deberes y enseñar bien a leer, recetas que se antojan muy para resolver desaguisado de estas dimensiones. En fin, puestos a desbarrar no han faltado las pinceladas xenófobas. Los malos resultados son fruto de la inclusión de los inmigrantes o del uso del catalán como lengua vehicular, afirmaciones que no merecen comentario alguno.
Curiosamente, a nadie se le ha pasado por la cabeza que todo ello fuera una invitación a la autocrítica, tan necesaria desde hace mucho tiempo. No es serio que el país cambie drástica y continuadamente de sistema educativo. La clase política ha imposibilitado un pacto educativo, a todas luces imprescindible. Fragmentar el sistema en tantas versiones como autonomías, desde luego, tampoco contribuye a dotarlo de coherencia. En España se estudia una cosa u otra en función de donde se reside, algo ciertamente pintoresco. Por descontado, a nadie se le ha ocurrido reparar en que hace décadas que se está atentando contra la base del sistema educativo. No se puede degradar socialmente la figura del profesorado, hasta el punto de imposibilitarle desarrollar su labor con un mínimo de dignidad. Un país que menosprecia y maltrata a sus docentes se insulta a sí mismo. El Informe PISA no puede hacer milagros.
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