Por no tratar directamente lo ocurrido en Mestalla este pasado domingo, os diré que tengo la imagen guardada en mi memoria de una señora situada en un fondo, detrás de una de las porterías (da igual de qué estadio) que, después de una jugada fallida por parte de un delantero negro, se puso a hacer aspavientos con los brazos cual gallina clueca defendiendo su puesta o cual primate excitado muestra su disposición al combate. El entorno, desde luego, no estaba por templar gaitas. Es decir, la masa (perfectamente identificable con los colores del equipo que defendía la jugada) estaba entregada a la causa resumida en aquella persona. La cuestión es a quién y por qué insultamos. ¿Por qué tantas personas necesitan insultar a quien pretenden situar como ser inferior? Eso es lo que se persigue al identificar a otro ser humano con cualquier animal no humano: sacarlo de ese rango que a todos nos iguala, para poder humillarlo licenciosamente. En este caso está justificado, al parecer, ejercer cualquier tipo de sometimiento por violencia. Pues hale: ¡caña al mono!

Esto ya va mucho más allá de aquellos manidos “¡portero, hijoputa!” que tenía que soportar mi madre cada vez que me tocaba defender la portería del fondo en el que ella se sentaba ese día. Este tipo de insultos tienen que ver con esa necesidad de expulsar malos estados de ánimo que se alimentan y acrecientan al comenzar un partido entre equipos, expresión del enfrentamiento tribal entre dos clanes perfectamente identificados, y que han elegido ese deporte como medio para gestionar su batalla. Esto, ya lo he comentado alguna vez, se resuelve con un buen “masturbódromo municipal” que, después de haber leído todos los programas electorales para las elecciones municipales del próximo domingo, os puedo garantizar que no se incorpora entre las promesas electorales de ninguno de los partidos que concurren a las mismas: veo que no hacen caso a mis consejos. Quién ha de poner orden en esta cuestión? Lo tengo cada vez más claro: es imprescindible recuperar al demagogo fetén (me encanta este adjetivo caló). Lástima que esté tan denostada esta palabra que, muy alejada de su etimología, ahora sólo se usa para hablar despectivamente de quien pretendidamente gusta de dirigir al pueblo mediante la manipulación y el engaño. Si, además, la demagogia democrática compara estos insultos con silbarle al himno, a la bandera o al rey…

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