Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Apartir del 61, año en el que comencé mis estudios en el Instituto Nacional de Enseñanza Media de la calle Javier Sanz, que es como se conocía entonces, cursé bachillerato según el Plan de 1957 que era el que estaba en vigor en aquellos momentos. El horario de clase era: por la mañana, de 9:00 a 13:15, con un recreo de 11:30 - 12:00, en el que nos comíamos el bocadillo que debidamente envuelto en papel de periódico o de estraza llevábamos en la cartera. Y por la tarde, de: 15:30 a 18:00. Todas las clases de hora y cuarto, y las tardes del sábado libres de clase. Ni el papel del bocadillo, ni el hecho de que cada clase durara hora y cuarto me traumatizaron. Y me enseñaron educación y matemáticas, respeto y francés, disciplina y a la vez confianza con los profesores y con los compañeros. Como siempre pasa con "los tiempos", éstos cambiaron. Y por los 80's un buen día me encontré haciendo lo que antes había hecho conmigo don Francisco Guil: explicando Física y Química. Y en la sala de profesores hablábamos de los alumnos y de aquello que dio en llamarse "educación en valores" y que nada tenía que ver ni con los curas, ni con la dictadura, ni con nada de lo anterior (Habíamos sido lectores de Triunfo, Cuadernos de Pedagogía, y hasta de La Codorniz y Doblón). Lo que ocurrió es que fuimos un poco profetas y vimos que estaba ocurriendo un movimiento pendular en la Enseñanza, dejando en medio de la trayectoria parte del equipaje que teníamos al principio de la misma, y cuya carencia nos provocaría problemas a la larga. Y desgraciadamente, así ha sido. Había que cambiar muchas cuestiones, pero había otras, tales como el respeto a los compañeros, profesores y, en general a los demás, la honradez, para con uno mismo y para con los demás, la confianza, en uno mismo y en los demás y con los demás, el amor propio, el ansia de saber, la no soberbia, o sea, la humildad, y tantas otras, cuya falta ha ayudado a que estemos como estamos: acoso y derribo de personas y no de becerros como en las ganaderías de toros bravos. Amargarle la vida al compañero, en vez de estudiar y divertirse con él. Es decir: imperan el egoísmo, el materialismo y la soberbia. Tanto en la enseñanza, como en la sociedad, que es su prolongación. Si tenemos claro que ese es el diagnóstico, teniendo en cuenta que recientemente hemos conseguido doblar los diamantes, digo yo que seremos capaces de encontrar el tratamiento adecuado para esos males.
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