Prohibida la conversación de ascensor

En la vida cotidiana somos hábiles en galantería. Una galantería que es crucial en los programas de las televisiones

Con el titular de este suelto parece y suena como consigna en tiempos de covid o incluso consigna en plena pandemia. Pues, mire usted, en una época, en otra y sin ellas, mejor viajar solos en los ascensores. Pero “prohibida la conversación de ascensor” debería ser un descriptivo mantra en los medios de comunicación audiovisuales. Televisión, radio, podcast, youtube…esas conversaciones de ascensor representan esa charla de puro compromiso que intenta ser educada pero que, en realidad, está vacía de significado. No dejan de ser clichés para salir del paso del viaje de subida o de bajada, que se suelen repetir. Tópicos como… el día que hace tan bueno, o tan feo con este viento, que vengo de la Plaza con la compra y lo caro que está todo…o directamente, conversaciones incómodas sobre lo cotidiano en el bloque: el ruido del taconeo diario, el perro que ladra a deshoras, las limpiadoras qué temprano vienen y no se olvida, al vecino ruidoso que roza la mala educación y su poco cívica actitud. Cuidado, entonces, podrá surgir un silencio incómodo. Y justamente las conversaciones de ascensor son fruto de evitar esos silencios incómodos, que son insoportables porque en el piel con piel del día a día, en política de buena vecindad, aún nos queda la belleza de la cortesía. En la vida cotidiana somos hábiles en galantería.

Una galantería que es crucial en los programas de las televisiones. Más aún y sobre todo, en las entrevistas para lograr esa confianza que es el puente al titular útil de los invitados. Maestra en estas lides siempre fue Concha Velasco. A esta interprete todoterreno si se le preguntaba “qué tal”, no entendía esa cuestión como una cortesía retórica, y compartía con el entrevistador y su audiencia las sensaciones del día. Incluso explicando el motivo que le ha llevado a tal impronta, aunque sea con una simple anécdota curiosa, que descubre mientras entretiene. Así el público empatiza, porque se está dirigiendo a él con esa transparencia que implica, que te hace sentir partícipe más allá de lo protocolario. De gran recuerdo para este que suscribe, fue aquel programa que vino con la mordacidad que retrataba al país en aquel descansillo de la avispada “Camera Café”. Vino a demostrar que con una sola cámara fija se puede contar una gran historia. Lo que no se puede contar es una gran historia en una conversación de ascensor.

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