Tranquilo, querido lector, querida lectora, no me he pasado a la autoayuda ni me he tragado una caja completa de chocolatinas de Mr. Wonderful. Sabemos que hay circunstancias que condicionan (no determinan) el futuro de un chico o una chica en un sentido u otro. A veces se trata de discapacidad, enfermedades o trastornos personales. Otras veces las dificultades vienen dadas por la cultura de origen y su cercanía (o no) a los contenidos de la escuela. Muchas veces (demasiadas) el principal escollo es el estatus socio-cultural.
Ante estos condicionantes, la escuela puede caer en el argumento fácil de que esas circunstancias son muy poderosas, su peso es mucho más importante que el de la escuela y por tanto, poco podemos hacer. Como mucho, que «al menos» sean felices, que «al menos» sepan leer y escribir, pero sin perder de vista que es muy difícil que lleguen y que tenemos que adaptarnos a su nivel de partida. Esta visión es típica y tradicional de los centros y proyectos de compensatoria, salvo honrosas excepciones.
En cambio, si lo que queremos es garantizar la igualdad de oportunidades, conseguir que chicos y chicas salgan adelante, es importante mirar hacia arriba, hacia la meta a alcanzar, hacia ese título de graduado en ESO, esa posibilidad de acceder a Bachillerato, a la Universidad, a un ciclo formativo o al mercado laboral, sin que la decisión de hacer una cosa u otra no venga determinada por su nivel académico o su autoconcepto. Mirar hacia arriba no es ser ingenuo. Es poner de manifiesto que, a pesar de todas las dificultades, vamos a poner todos los medios posibles y todos los esfuerzos de los que seamos capaces para que eso suceda. Es abrir a la comunidad, colaborar con las familias, intensificar y extender el tiempo de aprendizaje… y es sobre todo elevar las expectativas del alumnado, de las familias y las nuestras mismas, como docentes. Hace muchos años que la psicología tiene demostrado que las expectativas se cumplen si son negativas y hay cierta inercia a que se cumplan también si son en positivo.
La frase «puedes conseguir lo que te propongas», mirando a los ojos a ese chico, a esa chica, creyéndolo de verdad, hablando de las dificultades que hay que superar, planificando cómo hacerlo, remangándonos y trasladando el mensaje claro y firme a las familias, es el principio del camino. Un primer paso indispensable sin el que no podemos avanzar.
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