República de las Letras

ROQUETAS Y aNDALUCÍA

En Roquetas, uno se siente pieza del sistema económico al tiempo que disfruta, al sol en la playa, de su aparentemente caótico orden

Desde aquel 28 de febrero de 1980 hasta hoy, Andalucía -y, con ella, Almería-, ha experimentado tal cambio que, como dijo el Guerra, no la conoce ni la madre que la parió. En estos cuarenta años la Comunidad Autónoma Andaluza ha evolucionado, se ha desarrollado, ha crecido social, económica y políticamente hasta cotas que no se vislumbraban por aquellos entonces. No sé si esta era la idea de autonomía andaluza que tenía Blas Infante, pero poco importa ya a estas alturas. La Historia va en la dirección que va, y el desarrollo económico y social es el eje vertebrador del devenir histórico.

No se me ocurre mejor ejemplo de esto que digo que Roquetas. Nacida como pueblo marinero, nadie podía predecir en los 40, 50 e incluso los 60 que llegaría al desarrollo a que ha llegado. Ya no es un pueblo, es una ciudad que supera los 100.000 habitantes. Quien la visita después de muchos años de ausencia capta enseguida su enorme potencial económico actual. En su crecimiento, comparándola con la Roquetas de hace unas décadas, se advierte cierto caos, cierto desorden. Es como un pueblo del oeste, según lo muestran los westerns americanos, pero a lo grande. Se mezclan parques comerciales, grandes espacios agrícolas y áreas industriales en un desorden organizado, con el Auditorio, la Plaza de Toros, el Puerto, que ya es más deportivo que de pesca, el Castillo -apenas un montón de escombros en los 60-… Y grandes avenidas, urbanizaciones que amasan dúplex y hoteles, chalés y apartamentos por doquier. No hay, en cambio, un casco histórico digno de tal nombre, pues los edificios monumentales antiguos o históricos no existen, y las casas y calles de lo que podría ser esa zona tampoco son tradicionales. En Roquetas, uno se siente pieza del sistema económico al tiempo que disfruta, al sol en la playa, de su aparentemente caótico orden.

Roquetas, lo mismo que El Ejido, Adra, Vícar, o cualquier otra localidad del Poniente almeriense, es el símbolo vivo de la trayectoria andaluza durante estos cuarenta años de autonomía. Una autonomía, una idea autonómica que ya no es patrimonio solo de la izquierda, sino que forma parte del acervo popular, como la bandera blanca y verde que la simboliza. En esto se parece a la americana, patrimonio de todos, y se diferencia de la española, que, se diga lo que se diga para ser políticamente correcto, es aún instrumento de las derechas más acerbas.

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