Reboldú

Contador de historias de divorcios y juicios y de que en todos se declaraba insolvente y pagaba el editor

En una, otra, biblioteca más, en una biblioteca gris con lectores y estudiantes que van incluso los sábados por la tarde, en una sala diminuta solo para los aficionados precisos. Los aficionados a los cómics y los tebeos, en las jornadas de cómics van a ver a Ramón Boldú, superviviente de fechorías en revistas como Lib (antes de que fuera porno), el que diseñó el logotipo, que es un señor mayor con un portaminas y un rotulador y que no solo firma ejemplares de sus cómics sino que hace un dibujo completo con bocadillos y todo. Se hace así mismo en una ilustración personalizada, saliendo corriendo de una casa donde le recrimina una mujer y le dice que no vuelva más y él se regocija de que por lo menos puede contarlo en un cómic. Contador de historias de divorcios y juicios, que le ponían los mencionados, y de que en todos los juicios se declaraba insolvente y terminaba pagando el editor o un terreno de la mujer del editor. Que cuenta entre risas que a los cincuenta años se tuvo que ir con sus hijos a vivir con sus padres porque su mujer se largo con otro. Y cómo perdió los originales de los sexcéntricos, que era contraportada del Lib, como si no hubiera pasado nada, en manos de un editor que no lo tenía claro mientras le hacían una buena oferta en otra editorial. Barcelonés de pro y factótum de El Víbora, enredado entre todos los kamikazes del cómic para supervivientes, mito vivo aunque ya anciano que parece joven o joven que parece anciano, se deja preguntar y no para de disparar anécdotas de sus editores, de todos los años que vinieron del hipismo y siguieron en el underground de la inconsciencia de la que nunca salieron. Sus libros joyas para perdidos, ahora son joyas con una viñeta personal dibujada por la mano del mismo artista nervioso, de barba y el escaso pelo descuidado, pero con su camisa estampada y pañuelo corbata interior de bohemios, que hizo maravillas para adolescentes raros que veían esos comics por primera vez y que se obsesionaban con comprarlos en los kioscos cuando había kioskos que vendían cómics, en la infrahistoria de la vida como fracaso convertido en éxito maduro sin ninguna estabilidad que avistar manchando con borrones las páginas gloriosas de los perfectos, induciéndome a comprar más cómics y más tebeos de primera y de segunda mano. Yo iba con mi libro, es de los primeros, me dijo. Luego vinieron las ediciones limpias y brillantes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios