Rey emérito

La falta de ejemplaridad, mal extendido, pero asimismo las maquinaciones y el descrédito,turban al rey emérito

Las tribulaciones del rey emérito acaso pudieran repartirse entre las buscadas por la falta de ejemplaridad, que afecta especialmente a quienes ocupan destacadas responsabilidades públicas, y las sufridas a causa de no siempre claros propósitos de trastocar la presunción de inocencia. Ya que se tira bastante más alto, por tratarse de la institución monárquica. Y esta provoca erisipela a algunos opositores a la misma, que no encuentran modo cabal de manifestar su desafecto con la forma política del Estado español, la monarquía parlamentaria, tal como figura en el primer artículo de la Constitución Española. Claro que esta ley fundamental del Estado también quisiera convertirse, por sus más ferviente contrarios, en otro de los muñecos que derribar con los pelotazos de un pimpampum antisistema.La ejemplaridad y la intimidad de la bragueta, por otra parte, más debieran concernir al ámbito privado, y no dar materia a quienes poca legitimidad tienen para tirar la primera piedra. En cualquier caso, de muy antiguo, los reyes eran instruidos y prevenidos sobre el riesgo de las delectaciones carnales.

Hasta el punto de, atrapados o reincidentes en ellas, convertirse en "seres bestiales" que, por la embriaguez placentera, pierden el uso de la razón. Sardanápalo, un monarca asirio del siglo VII a. C., fue recordado como singular ejemplo de este desvarío por Aristóteles, ya que tanta bienandanza ponía en el disfrute carnal que manifestó, en su epitafio, tras morir al parecer en una orgía, el deseo de tener en el otro mundo la misma vida deleitosa que gozó en este.

Además, si los príncipes se soltaban en tales placeres, los súbditos con mayor licencia habían de caer y hacer mal, de manera que se destruyera el reino por el mal ejemplo. Por lo que podría resultar más dañoso ser preso de la lujuria que de los enemigos.Era muy conveniente también que los reyes cuidarán su inclinación a las riquezas temporales, porque nunca hartan al hombre, ni hacen bien al alma. Y se acudía al mito del rey Midas para recordar que, aun convirtiendo en oro todo lo que tocaba, pidió al dios olímpico Dioniso que le librara de tan lucrativo poder y de esa guisa poder comerse al menos un pedazo de pan.

Lecciones de otro tiempo, cierto es, pero asimismo imperecederas. Como las venganzas, las maquinaciones y el descrédito. Incluso como el real augurio, sin contradicción, de la ranchera: “Yo sé bien que estoy afuera / Pero el día que yo me muera / …”

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios