Ríos de una sola orilla

Nada nuevo se construye desde el cabreo, pero tampoco desde la exclusión de los enfadados

Hay cierta izquierda que vive tan convencida de su superioridad intelectual y moral respecto a sus contrincantes, que se empeña hasta extremos absurdos en explicar por qué hay quienes no les votan. Sus votos no necesitan de interpretación, en su opinión obedecen a lo lógica, pero que haya quien prefiera votar a Trump, Bolsonaro, Meloni o Vox, resulta incomprensible y conviene conocer las razones de tal desatino. Y así se alude a la influencia de los medios de comunicación; a coyunturas económicas adversas; al cansancio de las viejas ideas socialdemócratas; a errores en la gestión; a la influencia de poderosos grupos religiosos; a la burocracia de Bruselas o a las noticias falsas. Tertulianos de todo el mundo desarrollan auténticas tesis doctorales explicándonos cómo es posible que la Italia de Vivaldi y Leonardo Da Vinci haya votado a Meloni, o como en Brasil tras una demencial gestión de la pandemia, el negacionista Bolsonaro sea capaz de obtener más de 51 millones de votos. Por el contrario, escasean quienes se preguntan por qué se vota a Biden o a Lula, dos jóvenes en plenitud, o por qué el principal argumento de quienes se enfrentan a la ultraderecha es el miedo, cuando en un mundo al borde de una guerra nuclear, ya nada nos infunde temor.

Y la explicación es sencilla. Al igual que hay quienes estamos a gusto en la sociedad actual pese a considerarla mejorable; hay quienes los actuales parámetros sobre los que se basa nuestra convivencia no les gustan, y las democracias no han sabido integrarles. La mayor parte no son energúmenos sino gente normal, nostálgica de un mundo del pasado ya felizmente superado, pero que añoran y tienen idealizado; y en donde las fronteras geográficas, ideológicas, de raza y sexo les hacía sentirse seguros. Hoy esos muros han caído y todo es más abierto, libre, mejor; pero también más caótico, plural, complejo. Y como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, quienes pierden el paso y se quedan atrás, se organizan para defender aquello que consideran como suyo y que no quieren que desaparezca.

Los profetas del ayer tienen perdida su batalla contra la modernidad. Al tiempo es imposible pararlo y este avanza en dirección a abolir las fronteras que nos separan; pero harían bien los poetas del futuro en trabajar por integrar a quienes se caen de él. Nada nuevo se construye desde el cabreo, pero tampoco desde la exclusión de los enfadados. Hacen falta más puentes porque no hay ríos de una sola orilla.

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