Román Hernández, silencio y belleza

Se adentra en el silencio, no sólo como símbolo y concepto, sino buscando también su amplitud semántica en su discurso artístico

Si, por un momento, describiésemos parte de la última muestra del artista plástico Román Hernández González, quizás en ese preciso momento tendríamos que afirmar que el ser humano siempre ha buscado explicar todo aquello que sucede más allá de la materia y que la obra de Román nos guía en ese difícil trabajo que es descifrar el silencio y su escucha. Una afonía que nos habla, cuando es el lenguaje quien dicta lo matérico del alma de los cuerpos. Quizás, es por ello, que el autor necesita en su lengua más primigenia el blanco y el vacío, como base fundamental de su discurso y como la piedra angular de sus obras: delimitar los espacios a los que nos evoca el ejercicio del silencio y precisar de sus estructuras más íntimas.

La crítica de arte Sonia Díaz Corrales asevera que la obra de Román Hernández plasma el silencio audible -puede que su mayor aportación a esta muestra-. Y lo presenta como un material amorfo, que se expande o se contrae en puntos precisos de absoluto contraste, empleando el concepto simbólico más representativo del silencio -la oreja-(…). El desafío es de nuevo el hecho poético, ahora convertido en sonoridad a través de una difícil representación de elementos desligados en apariencia. En lo expuesto, todo es regular; los contornos aparecen bien delimitados, la proporción se manifiesta hasta en el silencio que ronda sus orejas y el reducido ámbito cromático.

Sin embargo, como si de un ave Fénix fuese y brotase de un pecho para asaltar los últimos pilares de unos labios que aún quedan en pie, la obra de Román Hernández González adquiere la gracia del acto poético, engendrada en las palabras de un dios que nos advierte que el silencio es la consecución de la belleza y el equilibrio: el origen del ser humano y del acto poético. Román se adentra en el silencio, no sólo como símbolo y concepto, sino que también busca su amplitud semántica dentro de su discurso artístico. Como diálogo intertextual, entre obra y literatura, en su proyección hacia el carácter identitario que debe contener la obra. Porque el silencio no es sólo la nomenclatura que se le da a algo tangible o matérico, sino que también nos ayuda a edificar y contextualizar objetos y formas que no existen o aparecen, dotándolas de connotaciones metafísicas y existenciales, que las convierten en metáforas de lo inefable o de lo inexpresable, donde el individuo, una vez más, debe tomar partido.

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