Metafóricamente hablando

Saldremos de esta juntos, hijo de mi alma

Salió de la Sala ahogada por un llanto contenido, sintió nauseas al escuchar sus declaraciones

Hijo de mi alma, que te han hecho? Musitó en un susurro, dirigiendo su mirada hacia el fondo del salón. Lo miró largo rato, con las lágrimas desbordándose de sus ojos. Tumbado en el sofá, estaba hecho un ovillo, con la cabeza hacia atrás, desmadejado. Tenía el rostro macilento y se escuchaba su respiración entrecortada. No podía creer que el joven que tenía ante sí, fuese aquel bebé tan deseado, que se agarraba a sus pechos, buscando ávidamente sus pezones. Recordaba con nitidez el momento en que apretó su cuerpecito desnudo contra el suyo, el día en que vio la luz por primera vez. Su piel lo reconoció con un escalofrío, como una promesa de felicidad. Podría jurar que fue un niño feliz, no fue caprichoso, se entretenía con los cuentos y jugaba con la consola, horas y horas, mientras lo observaban arrobados. No podía precisar cuando cambió todo, quizá a los 12 o 13 años, cuando comenzó el instituto, dejaron de llevarlo y recogerlo, estaba lo suficientemente cerca de casa para que pudiese ir andando solo. La metamorfosis se fue produciendo paulatinamente, de forma imperceptible, el carácter del chico fue cambiando, su humor era como el día, unas veces nublado y otras como una tarde de verano. Lo achacaron a la adolescencia: los chicos se ponen rebeldes, y hay que capear el temporal. Cuando bajó sus calificaciones, se preocuparon, pero pensaron que sería un cambio pasajero, después vinieron las notas del director: tenía muchas faltas de asistencia. Ahí comenzó su vía crucis, los castigos y la violencia dialéctica, nunca llegaron a las manos. Sus cambios de humor, sus ojos inyectados, su mirada perdida, le sugirieron pedir ayuda. La respuesta fue clara, le habían introducido en el sórdido mundo de la droga, quizá un amigo, una persona cercana… No se lo podían creer, en su familia lo más cerca que habían estado de la droga, era ir de cañas y fumar algún pitillo. El firmamento, con todas sus estrellas y sus soles incandescentes, cayó sobre sus cabezas, amenazando con aplastarles. A pesar de las terapias, fue pasando de unas sustancias a otras, hasta ser el hombre irreconocible que ahora tenía ante sí. Su marido y ella aún no habían cumplido los cincuenta, pero el sufrimiento les iba dejando una profunda huella en sus cuerpos y en sus rostros. Aquella mañana, desde el estrado, de su garganta quería salir un grito, que quedaba atrapado entre sus dientes apretados. Aquellos hombres que tenía sentados en el banquillo, acusados de tráfico de estupefacientes, le sostenían la mirada con impasible frialdad. Salió de la Sala ahogada por un llanto contenido, sintió nauseas al escuchar sus declaraciones, irían a prisión unos años, puede que solo unos meses, pero a su familia le costaría sangre y sudor recuperar sus sueños y la felicidad perdida. Ahora viendo a su hijo inocente y desarmado, se acercó y susurró a su oído: saldremos de esta juntos, hijo de mi alma!

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