Crónicas desde la ciudad

Antonio Sevillano

San Valentín, el regreso

DECIDIDAMENTE este equipo de gobierno municipal que unos gozan y otros padecemos tiene vocación de zapador ("excavación de galería subterránea o de zanja al descubierto"). No es de extrañar que viendo a Almería patas arriba el satélite Meteosat la confunda con Afganistán. Lo último es Marqués de Heredia (hay vecinos que la conoce por el cementerio de Arlington, donde enterraron a Kennedy) y la placita Campoamor, destripada en su centro diez días a la espera de que San Valentín vuelva a tener acomodo (cuando esto escribo, viernes, no saben si llegará a tiempo de su onomástica). Naturalmente, antes de embellecer hay que desarreglar, pero con criterio y prioridades, sin que las obras se eternicen ¿verdad, vecinos del Zapillo? Dicho esto, hay que felicitar a la concejala María Vázquez por decidir su emplazamiento en este espacio íntimo del Casco Histórico. Con sus banquitos y todo, donde los enamorados puedan pelar la pava a la vera del santo. Rodeado de vecinos postineros: Palacio de los Jover (Archivo Municipal), antiguo Pósito de granos catedralicio; casa del poeta José Angel Valente, convento de La Purísima y, a la vuelta, la barbería de Miguel Bisbal, tío de David. Vamos, que los guías turísticos tienen trabajo a destajo, pa hincharse; ¿le colocarán a los sufridos grupos muchas "trolas" a cuenta de la leyenda valentina? Alguien se preguntará dónde estaba. El bajorrelieve en piedra policromada, de excelente factura, lo labró -años Sesenta- Jesús Pérez de Perceval y Moral en su taller de la calle Luis Salute, enmarcado en una campaña de promoción del turismo nacional. Sufragado por el ayuntamiento y una colecta popular, lo erigieron en el Parque Nuevo y allí estuvo hasta que lo remodelaron, quiero recordar que con motivo de la Semana Naval. Desapareció y permaneció en manos privadas antes de que el galerista Trino Tortosa lo rescatase y restituyese, grati et amore, siendo alcalde Juan Megino. Pero es mi compañero de columna en Diario de Almería quien puede ampliarnos detalles del affaire.

De lo que sí pueden estar seguros es que los huesos de San Valentín y, ¡milagro!, una ampolla con su sangre licuada, del siglo III, no se encuentran sepultados en el claustro de la Catedral. Hasta ahí llegaron, de forma rocambolesca, en el s. XVIII, y fueron expuestas en la capilla de San Indalecio. El obispado no le dió excesiva publicidad, como recelando de su autenticidad. El historiador Carpente Rabanillo escribió sobre el tema y Juan López, canónigo archivero fallecido, mantuvo una calculada ambigüedad sobre el destino final de la urna-relicario al terminar la guerra incivil. Levantaron el suelo de la capilla de Las Puras y tampoco estaba. ¿Entonces, dónde?, pues mire usted, búsquele la púa al trompo.

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