Paseo Abajo
Juan Torrijos
Tiros en la noche
En un triste bulevar marino de un octubre veraniego la soledad llena las aceras ante bares sin clientes a la hora de comer. Camareros esperan delante de mesas vacías con los brazos cruzados exhibiendo su porte y regla, la norma del establecimiento, aquí no se viene a tomar tapas, aquí se come o raciones o platos o lo que pida. Unos locales o casas más allá se repite lo mismo, un bar vacío con camarero esperando clientes y su misma cara de lo mismo. En el bar de siempre de la calle de atrás otrora feliz de tapas con carta, una señora de porte frío venida de la tundra con su rubio pelo lacio y su mirada de decir no, su grueso jersey negro que dice no hay tapas, ni comida, ni nada. Un señor come queso. Pues ya no me queda queso. Váyase con la tapa a otra parte. En la otra parte, al final del bulevar, veo a lo lejos, sí, parece que dice tapa y caña, 2 euros. Y hay gente, poca, pero gente. Hay tres o cuatro no más para un chiringuito amplio a pie de paseo. El final del verano, ya lo dicen. Y temeroso me siento a ver si hay gato encerrado. Y pido coca-cola con tapa y a ver lo que me soplan. 2 euros. Procuraré no volver a ese lugar sombrío donde todo es extraño y otoño de calor abrasador donde no hay gente, donde la hubo como bárbaros veraniegos. Algo falla y no sé qué es pero me da yuyu. Oh almerienses confundidos con la tapa, la tapa, la tapa. Tapa errabunda que miran con aprecio los extraños para comerla y luego con desprecio para hablar de ella en los altos cenáculos de la gastronomía. Eso no es comida ni es ración ni es pincho ni es nada. Aquí, aquí, en las grandes capitales de la gastronomía si sabemos servir alta cocina y cobrarla, no en ese mundo de andrajosos de caña y tapa a 2 euros. Con razón no va nadie. Qué se puede esperar de una cultura que come cualquier cosa grande y barata y se precia de gustar de ello. Oh primarios almerienses, rectificad, poned excelsas raciones, culinarios pinchos, gastronómicos platos, cobradlos a base de bien. El sureste, donde todo es error, turismo y ellos a disfrutar de calas, suyas, sólo suyas, que no vaya nadie más. En un triste bulevar camareros de porte y regla exhiben en su rostro la norma cruzados los brazos exhalando, pero que poco saben de cocina estos indígenas. Un bulevar vacío y triste sin clientes, sin almerienses, sin foráneos, sin tapas. Sólo al final un sitio no más lleno con tapas, mosqueo y gato encerrado.
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