Tomar una decisión

Tomar una decisión, cuando no es ordinaria, requiere un adecuado raciocinio sobre los efectos de adoptarla

Nos pasamos los días tomando decisiones, y no pocas, aunque, por mor de la costumbre, no lo parezcan o, en su caso, se asimilen a rutinas dígase que automáticas. Incluso constituye una decisión el hecho de no tomarla. Las más de las veces, decidir es elegir y, con ello, importa percatarse de a qué se renuncia y, principalmente, por qué se opta. Al cabo, un balance que lleve a una determinación resolutiva. Es amplísimo el catálogo de asuntos que pueden ser objeto de decisiones, pero si se consideran las que tienen más alcance, y no las debidas a las cotidianas opciones que ordenan o trastabillan el curso de las jornadas, algunas circunstancias dificultan el reflexivo ejercicio de tomar una decisión. Todavía más, si esta he adoptarse con poco tiempo y sin el conocimiento debido de las condiciones que influyen para adoptarla.

Suele ser el momento, entonces, de pedir consejo u orientación, o de recibirlos sin haberlos pedido. Mas convendría tener presente que, cuando las decisiones incumben especialmente a quien ha de tomarlas, así como los efectos resultantes de ello, el criterio prevalente ha de ser el personal. Y si las decisiones vienen precedidas de un conocimiento de causa, de conflictos, discrepancias o desacuerdos con respecto a distintos aspectos, e incluso del desengaño con el proceder de quienes parecían estar cerca en los cometidos, razón de más para que las decisiones merezcan la preparación del entendimiento y la cocción del tiempo.

No son, por otra parte, irreversibles las decisiones, aunque la autoexigencia de los compromisos o la presión de los juicios ajenos amarren cuando deben sobrar las ataduras. Asimismo, muchas decisiones están condicionadas, ya por la ausencia de alternativas, ya porque estas no igualan el rango o los beneficios de lo que puede ser conseguido. Pero, en este caso, no suele tratarse de tomar una decisión, sino de condicionar la decisión que otros han de adoptar. Y, todavía más, de poner reparos o dificultades a quienes pudieran concurrir ante esa resolución ajena. De resultas, no sería mal consejo, a sabiendas de la ya advertida prevalencia del criterio personal, tomar decisiones tras comprobar si, teniendo por delante las condiciones de aquello a lo que se puede optar, cabe una premonición, no exenta de antecedentes, sobre los indeseables efectos de hacerlo. Todavía más, bastante más, si se cuenta con otras posibilidades que también abren la estimulante, por más que incierta, perspectiva de los nuevos retos.

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