Torero y albañil

...descubres que la manzana apócrifa te convierte en mortal, y estás bajo el bien y el mal

El último escalón del descenso hasta los infiernos es poner una librería. El primero es ser ministro. Una vez aceptadas las mieles del árbol de la ciencia del mal, se comprueba que están envenenadas y que solos los espíritus sin alma son inmunes porque no hay nada en ellos. Si queda algo de alma, ya que siempre queda algo de cuerpo, todo se inunda rápidamente, y descubres que la manzana apócrifa te convierte en mortal, y estás bajo el bien y el mal. Es entonces cuando los lobos hambrientos te comen toda la carne. El siguiente escalón, una vez que te han echado de ministro (tú tienes que decir que dimites), es buscarte la vida ya que no tienes el alma vil a la que hay que aplicar las manidas puertas giratorias y no procede darte un sillón, un negociado donde ser jefe, director, subsecretario. Porque no tienes dones, no eres afecto a la causa, afecto al líder, borrego de partidos, balador de ideologías, porque crees que te eligieron ministro neutro, porque al fin y al cabo fue un despiste. Y ese paso consiste en hacerte tertuliano o escribir una novela. Y descubres que no tienes suficiente palabrería para hablar sobre cualquier cuestión disparando miles de palabras por minuto y ya que no sabes citar a Chesterton, las redes tejidas también con sutiles telas de araña televisivas o radiofónicas, que necesitan habladores profesionales, van dándose cuenta de no hablas lo suficientemente rápido y menos citas a Chesterton y que tu insulsa verborrea no genera tuits, ni spam, ni reels, ni nada. Sales de los platós o los estudios de radio con la cabeza baja pensando que exactamente no sabes qué es lo que estás haciendo allí, bueno, sí. Ganarte la vida. Como no has sabido estrechar manos, ceñirte al lomo la canana de balas tribales, disparar a dar, sumar puntos en la diana de los poderosos (los fatuos, no los ricos), capear la galerna, entonces pruebas con lo de la novela. Lo de la novela es peor aún, llueve sobre mojado, no escampa, no se venden milmillones, no brillan relucientes los botones de oro en el traje a medida. Y ya por fin pones la librería chic, donde solo vas a vender los libros chic, que siempre estarán en un rincón sin venderse. Irán los amigos que te quedan a presentar libros, tendrás que ponerle canapés, se comerán los canapés y los pocos que compren su libro también se comerán los canapés. Y ya solo queda el abismo donde, al fin, encontrarás la verdad.

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