Supongamos que, por un momento, esa verdad en la que siempre hemos creído, no lo es. Sencillamente, no existe. Es una convención que se ha transmitido durante siglos y que pone de manifiesto, sin dudarlo, que la realidad se construye. A veces, a fuego y sangre; otras, tras el convencimiento, si cabe; y, en muchas ocasiones, es simplemente el resultado inequívoco de la existencia de otras esencias y de otras legitimidades. La identidad de un ser humano es un ser vivo. A la manera humilde con la que está hecha la humanidad. Sin embargo, se ha utilizado como una materia prima con la que se ha edificado el hábitat que nos rodea. A lo largo de la historia, se ha impuesto un concepto de identidad como norma contextual de un sistema social que busca la uniformidad de la población, dejando a un lado gran parte de la sociedad sin derechos, sin visibilidad, sin dignidad. Sin la posibilidad de poder proclamar que están vivos. Hablo de personas que, aún teniendo una fisonomía o arquetipo físico determinado, su inclinación sexual es diferente al género al que se presupone que pertenecen. Hablo de personas que durante siglos han sufrido factores de resistencia que facilitan su control social, su determinación, sus sueños. Una resistencia que se ha empleado con carácter global, materialista y capital. Muchas de estas personas -hablo del colectivo transexual- han vivido y siguen viviendo a escondidas, excluidos, apartados en espacios marginales, por razones de identidad y sexo. Héroes sin capa -siempre lo han sido- que viven entre nosotros luchando con su dolor a cuestas. Laboral y socialmente muertos. Compartiendo -eso sí, como siempre- con otros colectivos los momentos de lucha, de sed y fatiga.

Algunos aceptan sus cuerpos; otros, simplemente, buscan reconocerse frente a un espejo. Pero, lo más importante, es que todos ellos son hijos de la luz, que se han ganado el derecho a transformar su cuerpo, para poder ser ser; ser, en definitiva, un ser. Simplemente, Ser. Y así, poder construir, como hacemos el resto de los mortales, un individuo autónomo, sin ningún tipo de dominio y sin poner en peligro su vida. Porque el paradigma de la transexualidad debe morir, para ser una realidad incuestionable y dar lugar a una nueva vida, a una nueva forma de vivir y a una nueva forma de amar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios