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Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

La Universidad no es gratis

La gratuidad de la Universidad pública, como prácticamente ocurre en Andalucía, es una idea perniciosa

En Andalucía rige desde hace años una bonificación del 99% en el coste de la primera matrícula en los grados universitarios. La consolidación de esta medida ha tenido, entre otros efectos, el de asentar una idea que entiendo perniciosa: la de la gratuidad de la Universidad pública. Es algo lógico, resulta contraintuitivo asumir que tiene un coste aquello por lo que no pagas. De hecho, si haces referencia al coste real que comporta cada matrícula, la reacción del alumnado suele ser de sorpresa. Y la culpa no es suya, al contrario, ellos son víctimas, en buena medida, de nuestra dejadez general como comunidad política a la hora de explicar la cualidad de los logros del pacto social, su fragilidad y el compromiso cívico que requieren. Esta falsa idea de gratuidad, esta falta de pedagogía, trae consecuencias. La primera que, en ausencia de coste personal, y de una idea del coste general, no sólo decae la conciencia de la responsabilidad, sino también la exigencia que proyecta el alumnado respecto al profesorado y a la titulación, redundando todo ello en una potencial degradación de la vida universitaria. El prestigio del que hoy disfruta la Universidad pública frente a la privada puede verse igualmente erosionado, no por la confusión de precio con valor, sino precisamente por esta pérdida de cultura de la responsabilidad. Los estudios de máster y su coste también merecerían una reflexión. Mi departamento, por ejemplo, coordina desde hace años un máster con un grado altísimo de internacionalización y demanda, cuyo precio público siempre sorprende, por irrisorio, a los alumnos extranjeros. Son estudiantes de algún modo becarios del Estado español, lo cual es excelente, pero tal vez debería subrayarse ese hecho y, por qué no, replantear la cuantía de esa "beca" en según qué casos.

Que un alumno tenga que interrumpir sus estudios universitarios por falta de recursos es la experiencia más desagradable para un profesor. Por ello, la exención de tasas universitarias a ciertas rentas, al igual que una generosa política de becas, es consustancial no ya a la idea de Universidad pública, sino a la igualdad constitucional. Pero también lo es, creo, que dicha exención no sea indiscriminada, beneficiando por igual a familias que pueden afrontar una parte del coste de los estudios universitarios de sus hijos. La conciencia de ese coste favorece además la cultura de la responsabilidad, el compromiso de esos estudiantes y, a la larga, el prestigio de los títulos que obtengan.

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