En Los Albaricoques siempre ha sido conocido como El Cortijo Los Nietos; pero aquello quedó en otros tiempos de nuestra historia. Desde hace unos años es El Walili: un lugar donde se han encontrado personas venidas de más al sur y que le han dado el nombre, con la pronunciación árabe, de la ciudad romana de Volubilis, que tantos de nosotros hemos podido visitar en algún recorrido que hayamos hecho por Marruecos, porque sus restos están muy bien conservados y merecen ser mostrados y visitados. Pues bien, en nuestro Walili han estado viviendo, hasta finales de enero, cerca de cinco centenas de personas de diferentes nacionalidades. Decir de sus condiciones allí que eso es "vivir" es concedernos el derecho a despreciar a parte de la explicación del llamado "milagro almeriense". Lo peor de los milagros es que se quieran usar "a favor de obra": si hay explicación natural de un hecho, se acabó su magia, se descubrió el truco. Decir que allí se vivía era conceder razón a la injusticia.

Quede rotundamente claro: es inhumano erradicar un asentamiento sin saber dónde se va a alojar a sus habitantes. No encuentro explicaciones más allá que la de evitar esas desagradables imágenes que tanto nos molestarían a la vista en nuestros desplazamientos por el Levante durante el próximo verano. Cuando vayamos a la próxima manifestación pro trasvase, además de tener presente que entre el cuarenta y el sesenta por ciento de esa agua se perderá en humidificación del canal y evaporación, recordemos que el líquido pasará de largo por muchos walilis para que finalmente pueda regar el tomate que nos comemos. Un milagro explicado científicamente: El Walili no vota el próximo 28 de mayo.

No es el único asentamiento surgido en el municipio de Níjar al albur del "milago almeriense", pero es sobre el que se ha actuado con una velocidad propia de administraciones bien engrasadas que no pierden el tiempo en burocracias absurdas. Por fin tendremos un cruce diáfano para todos aquellos que acostumbramos a circular por aquellas tierras en verano. Porque es lugar de tránsito para los turistas que visitan nuestro Levante, y ya está bien de esa imagen tan descuidada que se transmite: un buen milagro, como el almeriense, debe ser inexplicable a los ojos del espectador común para que quedemos ensimismados por el hecho. Está claro que cuando se descubre el truco se pierde la magia, y ya no hay milagro.

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