¿Otro año?

Nada hace diferente el 31 de diciembre al 1 de enero, como no sea el consabido fin de los años por una convención

Formulada así, la pregunta puede resultar de esa percepción relativa que se aplica al paso del tiempo, las más de las veces para tener la sensación de que lo hace raudo y se escapa de la mano, contado por las hojas del almanaque, que son el rosario de los días vencidos. Aunque también puede expresar un efecto de la desazón, cuando renovar el tiempo se hace cuesta arriba y parece romperse la inercia, sobrellevada con pesadumbre, de las jornadas que se enhebran por la rutina. Se ha dicho renovar el tiempo, pero más bien se trata de una convención, porque nada hace diferente el 31 de diciembre al 1 de enero, como no sea el consabido fin de los años. Y este no siempre ha sido en esa fecha.

Hace unos cinco milenios, los babilonios comprobaron que el Sol, visto desde la Tierra, se va proyectando sobre diferentes constelaciones y que tal recorrido se repite, aproximadamente, cada 365 días. Es el año solar, o año trópico, tiempo que el Sol ocupa en completar su órbita en torno a la Tierra. Como no es un número entero de días, se han llevado a cabo reformas del calendario para ajustar mejor la duración de los años. El emperador Julio César, el año 45 a. C., implantó el calendario juliano, con un año de 365 días, distribuidos en doce meses, con un día bisiesto en febrero, cada cuatro años, y que se retrasaba un día, con respecto al año solar, cada algo más de ciento veinticinco años. Este calendario tenía el antecedente del antiguo calendario romano, cuando el año empezaba a comienzos de marzo, hasta que el año 153 a. C. se cambió la fecha al 1 de enero. El papa Gregorio XIII, en 1582, promulgó el calendario gregoriano, cuyo retraso con respecto al año solar es bastante menor. Desde que fue creado, el calendario juliano acumulaba un retraso de unos diez días con respecto al paso de las estaciones. Y de ahí que, con la entrada en vigor del calendario gregoriano, el 5 de octubre de 1582 fue cambiado por el 15 de octubre, desapareciendo diez días con el consiguiente revuelo. Sirva de ejemplo que santa Teresa de Ávila, que murió el 4 de octubre de 1582, no fue enterrada el 5, sino el 15 de octubre de ese año, por la coincidencia de la fecha con la implantación del calendario gregoriano. De manera que nadie nació o murió, nada tuvo lugar ni fue registrado en esos diez días del siglo XVI.

Pero hoy sí volverá a celebrarse -prevención mediante- la Nochevieja y mañana el Año Nuevo. Feliz y saludable 2022, convenciones de fecha aparte.

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