Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
Lo mío con Pedro Sánchez es personal. Me he jugado una cena con gambas de Huelva y amontillado del Marco a que convoca elecciones este año. No creo que exista una sola redacción en España donde los periodistas no hayan hecho sus apuestas sobre si el presidente sobrevivirá o no al impacto del tomahawk de la corrupción. Pero después de lo visto el pasado miércoles en el Congreso he empezado, ay, a despedirme de los billetes. Me tocará pagar. Contemplamos a un Sánchez más delgado que una culebra agarrado a su habitual retórica polarizadora, dale que te pego con el palustre del muro. En su rostro se notan la fatiga y el miedo. ¿A qué? Ya nos enteraremos. Da la impresión de que son otros los que obligan a Sánchez a seguir en un lugar en el que ya no quiere estar. Quizás su mujer, o los chupópteros del partido o sus socios de progreso, ese conglomerado formado por ex terroristas, supremacistas catalanes, comunistas con carné del PCE (que, incomprensiblemente, se enfadan cuando les dices comunistas), gallegos resentidos, socialistas adonjuanados... Una corte más decadente que la de Carlos II. Y todos exigiendo lo suyo, como las crías del cuco en su nido: “pío, pío, financiación singular”, “pío, pío, ni un mena en las sagradas tierras de Euskalherría”... Y Sánchez, estresado, sin saber a qué pico atender. Tranquilos, habrá triguillo para todos. Papá Sánchez proveerá.
Los socios de progreso se han buscado la excusa perfecta para seguir manteniendo a un presidente del Gobierno desacreditado y manchado por la corrupción: parar la ola reaccionaria, aunque la ola reaccionaria sea Borja Sémper, ese peligroso escuadrista del fascio ibérico. Fue divertido verlos hacer el paripé de sus bronquitas paternalistas a Sánchez. Cada vez que hablaba una vasca de alma encapuchada o una catalana con cara de 151, yo sentía que los billetes volaban de mi cartera para engrosar el colchón del tabernero. Inevitablemente toca apoquinar, a no ser que la UCO nos dé una de esas alegrías con las que nos sorprende de vez en cuando. Conclusión: Sánchez durará lo que quieran los enemigos de España. Sé que la frase suena pomposa y dramática, pero es la puritita verdad.
Así las cosas, he decidido relajarme y pensar en el cercano veraneo, en los paseos por el camino del Chaparral, entre pámpanos y chicharras, y en los baños en el mar del golfo Cádiz. ¿Será por golfos? Quizás consiga olvidarme de Sánchez y del siete que me hizo en la cartera. Y en el alma.
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