La ciudad y los días
Carlos Colón
Yo vi nacer a B. B.
Aquella mañana luminosa, como lo eran todas en aquel paradisíaco lugar, una mujer de manos delicadas, acostumbradas a pasar sus dedos por el pergamino en el que se plasmaba toda la sabiduría de la época, escuchó el griterío de una horda que se iba acercando, sin sospechar siquiera que los insultos e improperios iban destinados a ella. Su vida se había desenvuelto en un mundo eminentemente masculino, alumna aventajada de los más prestigiosos sabios de la cultura helénica y alejandrina entre los siglos IV y V de nuestra era, era la única mujer que había roto las normas de sumisión a las que estaban destinadas las demás. Aquel día como muchos otros a lo largo de su vida, preparaba las clases de filosofía, astronomía y geometría con las que deleitaba a sus alumnos en el Ágora, despertando en ellos una admiración inédita tanto por su sabiduría, como por su belleza. Aquella hermosa mujer, en cuyo rostro pareció haberse inspirado Botticelli siglos más tarde, para inmortalizar su famosa pintura: el “nacimiento de venus”, tuvo que elegir entre la vida íntima y anónima del gineceo o su desarrollo como filósofa y científica. La sociedad en la que se desenvolvió, no tenía reservado un espacio para mujeres como ella. Digna alumna de Aristóteles y Platón, y seguidora de Plotino, consiguió lo imposible: ser respetada y admirada por su inteligencia y sabiduría, a pesar de su juventud y su belleza, renunciando a formar una familia por imperativo social. Aquel día en que uno de sus alumnos, profundamente enamorado de ella, le confesó su amor, ella le asestó una puñalada mortal a su hombría, afrentándole públicamente, lo que hizo que este huyera avergonzado. Las hordas enloquecidas que escuchó aquella mañana, acabaron con su vida en el año 415 d.c., y algunos historiadores mantienen la cruel coincidencia de que los hechos sucedieron premonitoriamente un 8 de marzo. Hoy, sentada en su silla de cuero, allí donde van las divinidades cuando son expulsadas de esta mundo vil y cobarde, asiste desde la distancia del espacio y del tiempo, a un hecho tan recurrente como cruel a lo largo de la historia: el ninguneo a conciencia del esfuerzo y el éxito de un grupo de mujeres, a las que se les ha negado la dulzura del néctar de la victoria, por un beso robado. Porque, hoy como antes, como siempre a lo largo de la historia, lo que pueda hacer un solo hombre, puede anular y borrar todo el esfuerzo de cientos de mujeres que luchan por mostrar al mundo sus habilidades, su capacidad de trabajo y sus logros. Más de mil quinientos años después, Hipatia se ha encarnado en un equipo de futbol femenino y ha podido sentir cómo una horda vociferante y cobarde ha vuelto a borrarla de la mente de millones de personas, enzarzadas en la discusión sobre la trascendencia de un beso robado, dejando la celebración de la victoria para mejor ocasión.
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