La vida orgánica de Ciudadanos (Cs) es tan fascinante como los líos amorosos de los cangrejos de los pantanos. Una vez que Albert Rivera se marchó, sólo Inés Arrimadas puede mantener el pulso de este partido, con la esperanza de ser acogido un día por el PP en un proyecto más abierto. A la presidenta del Parlamento, Marta Bosquet, y a varios paralamentarios y diputados los han dejado fuera de la Asamblea General Extraordiaria porque una mayoría militante no los quiere. Es así. Estos críticos no tienen líderes ni portavoces ni un esquema ideológico común, simplemente están en contra de Juan Marín, de Marta Bosquet y de Javier Imbroda. Todos ellos, incluidos Arrimadas, apoyaron la estrategia de Rivera de echarse en manos del PP porque su único objetivo era sacar a Pedro Sánchez de Moncloa para que no pactase con los independentistas. Ellos, que tenían la herramienta para evitarlo. Aún hoy, esta semana, Arrimadas lo ha vuelto a explicar en su debate sin periodistas y sin militantes con Francisco Igea. Lo que la jerezana desea, a diferencia de Igea, es echar al presidente del Gobierno como objetivo primordial de Ciudadanos. Sigue sin asumir que, al día de hoy, Pedro Sánchez podría ser pesidente con una alianza con Ciudadanos, sin los republicanos y sin Bildu. La vía que propone Arrimadas es la misma que fulminó a Rivera.

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