En todos los periódicos (incluidos El País, El Mundo y ABC) aparece el apellido Feijoo con tilde en la primera o: un error, ya que hay hiato. Y la palabra llana, resultante, terminada en vocal, no se acentúa. Núñez no disimula su ambición de Richelieu. Con su cara de monje benedictino o de obispo de Mondoñedo, nunca hubiera sido el amante de Ana Ozores. Pero sí hubiese podido ser actor de doblaje en El candidato, de Robert Redford. Delfín de Fraga, y votante de Felipe González, en1982, sabe que la definición de política depende de si se lee a Hegel con unas gafas de pasta, o con unas Google Glass. Intuye por qué Ulises de Joyce, la novela que fascinó a T. S. Eliot y confundió a Virginia Woolf, es indescifrable. Casado pensó en llegar a la Moncloa con fragmentos de Maquiavelo; mas ignoró que las palabras pueden ser espadas roperas, de taza, como las de Los tres mosqueteros de Dumas. Feijoo percibe, así, que, para atravesar el desfiladero, necesita un corcel blanco, como el de Santiago, unos prismáticos, como los de John Wayne, en Operación Pacífico, y el numantinismo de Zelenski. Además de leer El señor de los anillos con ojos como telescopios.

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