En tránsito

Eduardo Jordá

El canto del papamoscas

23 de agosto 2025 - 03:11

El otro día, caminando por un sendero cerca del mar, vi que el cielo se teñía de anaranjado y había nubes grisáceas en el horizonte –y además soplaba una inesperada ráfaga de brisa fresca–, y entonces supe que algo estaba cambiando y que el verano tenía los días contados. Por supuesto, nuestro verano es tozudo y temperamental y desconsiderado, así que hará todo lo posible para eternizarse hasta que ya nos tenga hartos a todos (incluso a los que aman el verano), pero era innegable que había algo en el cielo que estaba anunciando una nueva tonalidad, una nueva atmósfera, una nueva “sprezzatura” (pongámonos pedantes, estamos en agosto). Sí, el verano iniciaba su lento declive. Y entonces recordé una frase que Thoreau apuntó en su diario, después de dar un paseo cerca del estanque de Walden, donde vivía en una cabaña alejado de todo trato humano: “Mientras pasaba por el puente del ferrocarril he oído el canto del papamoscas gris. Es la voz del verano moribundo”. Thoreau oyó cantar al papamoscas gris casi en un día como hoy, un 26 de agosto, sólo que de 1854, y aquel día supo que ya no había vuelta atrás porque el verano estaba condenado a despedirse sin remedio.

Thoreau vivía mucho más al norte que nosotros, en la Nueva Inglaterra de Norteamérica, y en un clima muy distinto, pero el papamoscas gris también anuncia aquí el final del verano. Pero lo que a mí me sorprende de esta historia es la capacidad que tenía Thoreau –y cualquier campesino de su época– para distinguir los sonidos de los pájaros. El papamoscas tiene un canto muy curioso –tiende a marcar el ritmo con dos sílabas muy marcadas, fiiii-bi, fiiii-bi–, pero Thoreau identificó enseguida su sonido cuando cruzaba un puente del ferrocarril, con la misma facilidad con que nosotros reconocemos una canción del difunto Ozzy Osbourne o una tonada de flamenquito en un chiringuito playero. ¿Cómo logró oírlo con tanta claridad? ¿Y cómo supo que era un papamoscas y no un gorrión o un zorzal o una bisbita? Ah, amigos, ese es el misterio.

Este fin de semana, muchos de los afortunados que han podido disfrutar de las vacaciones en algún lugar agradable van a oír, aunque sólo sea metafóricamente, el canto del papamoscas gris: el verano se está acabando y muchos tienen que hacer las maletas y volver a casa para enfrentarse de nuevo a la rutina y al tedio de la vida laboral. Y qué triste, qué amargo se nos hacer ver esa leve hilera de nubes anaranjadas que flotan en el horizonte mientras sopla la brisa.

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